SABADO









SABADO.






En tanto el gobierno federal de México se encuentra en la idea de hacer un México más fuerte y próspero aquí a unos pasos del circuito interior y apenas daban las diez de la mañana me topo con dos mujeres de la tercera edad. Conversan pausado mientras esperan la llegada del autobús. En la lejanía del mar de carros hace su aparición del microbús del Bicentenario. El conductor se detiene justamente enfrente de las dos sexagenarias. Solo una de ellas aborda. Le doy el paso y la mujer intenta subir, de primera entrada me doy cuenta que sufre de dolores en la cadera así que permito pueda ascender sin obstáculos. Luego , la anciana toma asiento , se sabe que el transporte va vacío de personas. Yo colocado detrás de esta me siento atrás de su lugar. El autobús sigue su camino. Cuando pasamos por El Casco de Santo Tomás la mujer viejita se levanta para sentarse justo conmigo. Comienza por decirme sobre mi destino. Me dice que viene del hospital porque operaron a su hija y le quitaron parte del intestino. Hace una cara de preocupación para continuar diciéndome que tuvo que salir a la calle a comprar un medicamento que le costó 1 800 pesos. No sabe porque en el IMSS no le otorgan los satisfactores a los enfermos. El caso es que vivo en Tepotzotlán y no tengo para pagar mi pasaje. Le pregunto cuanto es lo que le cobran hasta allá. Ella me dice con el dato preciso que le cobran 32 pesos. Reflexiono por saber sin en mi bolsillo traigo esa cantidad. La mujer mayor hace un gesto como esperando mi respuesta.



Es entonces que meto la mano y extraigo para mi sorpresa tres monedas de diez pesos más dos de un peso. Sin preocuparme por si tengo para mi propio regreso le entrego el dinero a la mujer que me agradece e incluso me ofrece su casa para cuando tenga una necesidad. Es la realidad de los ancianos en este país donde no se cuenta con nada, si acaso el rechazo de los que llegaron después, condenados al hambre y al desprecio. Yo lo veo como una señal y a estas no debo de restarles importancia.



Bajo por los rumbos de Mixcoac y acudo a ver una obra de teatro de Alejandro Jodorowsky Me encuentro con un grupo de muchachos que se enfrentan acaso por vez primera al teatro del conocimiento humano. Una vez ahí me vuelvo a enfrentar a un trabajo que ya conocía, pues la vi en el año 76. El recuerdo que no me olvidada era el del hombre pequeño.



Hablo con un muchacho de temas culturales y casualmente algunas cosas que le comento son las mismas que se dicen en la obra teatral.



Salgo después de dos horas y fracción y mis pasos me llevan a la calle de Patriotismo. Ahí espero el autobús de regreso. En tanto los mexicanos estamos a la espera de un México fuerte, en donde impere el derecho a comer, a la satisfacción de un empleo y a la necesidad humana de encontrarnos en un estado de felicidad que ya no esta.


Llego al mismo sitio donde tres horas atrás abordó la mujer sexagenaria. Justo enfrente, un hombre en medio del Circuito Interior en la donde hace vuelta por La raza mete una barreta de metro y medio en los fierros retorcido de un carro. En su interior hay personas heridas con sangre a punto de entregar la vida a quién los trajo. No se si estos murieron o lograron sobrevivir. También lo veo como una señal.




Para intentar llegar al sitio del escape, me encuentro en una huerta de alguna parte del país. Quizá es un pueblo, no lo sé a ciencia cierta. Se pueden ver árboles frutales de todo tipo, sin embargo no haya personas a su alrededor. A un extremo de esta propiedad hay una casa que no habita nadie. Voy con un cucurucho en la mano e intento tomar algunos chiles de un árbol seco. Los que se encuentran más alto no me causan problema alguno porque yo tengo la particularidad de volar. Claro esta que no subo más allá de los diez metros porque alguna vez que lo intenté acabé con un mareo a falta del aire necesario. Así que ahora vuelo bajo como ciertos tipos de aves. Recolecto los frutos con el pico.



Luego penetro a la casa y me encuentro con Guillermo quién hace unos dulces tradicionales . Utiliza una pala de palo, mueve el azúcar lentamente como para darle consistencia. Le explico que debo irme y que ya no tengo tiempo para probar sus dulces. Guillermo me pregunta que si hay leche en la casa. Echo una ojeda y en la casa no hay leche ni hay nada.



Original de Alfredo Arrieta
Para elpueblodetierra.
06 de Septiembre de 2010.
Estados Unidos Mexicanos.

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