MIGUEL HERNANDEZ GILABERT.




MIGUEL HERNANDEZ GILABERT.


Tu corazón ya terciopelo ajado….

Hace unas veinticuatro horas, recostado en mi cama y después de que la televisión se apagó súbitamente y ya no pude ver el final de una película de vaqueros en donde aquél joven Pierce Brosnan ya no era tan joven y andaba huyendo de unos individuos que lo querían matar. Cuando andaba por las praderas, su caballo ya no pudo dar un paso más y cayó en medio de un calor sofocante del desierto de Arizona . Pierce, sacó su pistola para sacrificar al caballo, fue entonces cuando se fue la luz. Así que me di la vuelta para planchar oreja y sin más, apareció en el aire de los pensamientos la cara de Miguel Hernández. En estos días y en los próximos meses se llevarán a cabo los festejos por los cien años de su nacimiento.


Me acuerdo que estoy en 1970. Entonces rayaba yo los 15 años.


Por esos tiempos no sabía quién era el poeta ni cuantas hambres había tenido que soportar.


Me levantaba como a las cinco treinta de la madrugada para tomarme un cafecito, darme mi acicalada de gato y partir para la escuela. Cursaba el segundo grado de la secundaria, es que empecé tarde porque a mi también me pasaba lo que a Miguel.
Cuando terminaban las clases, y con solo un agua puerca en mi estómago, tomaba el camión que me llevaría de regreso. Habia uno que decía San Angel, cuando me aproximaba por los Echave, me levantaba del asiento y le hacia la señal de bajar al conductor, dismuniyendo la velocidad, y sin detenerse por completo, bajaba de palomita. Luego caminaba con mis tenis, me paraba en la puerta de la casa de Mi abuela, sacaba la llave y la casa estaba como la casa de Miguel. Pintada y no vacía. Aun no sabía quién era Miguel Hernández,pero también tenia su hambre.


Luego me trasladaba a las obligaciones del trabajo. Salía nuevamente de la casa y acudía al departamento de Antonio Menéndez, cuando no lo encontraba , una mujer robusta, morena de edad avanzada me entregaba un cheque y un papel inventario con los productos que debería comprar en el Mercado de la Merced.


Al poco rato me encontraba por las calles de la República del Salvador, entraba a una negociación en donde despachaba y cobraba la señora Tenorio. Ahí me surtían todo tipo de chatarras que posteriormente eran vendidas a los perfumados y petrimetres que acudirían al Palacio de Bellas Artes.


Con el propósito de ahorrarme lo del camión, me echaba las cajas en el lomo y caminaba por esas calles de Dios. Todavía no eran los tiempos tan malos como lo son ahora.

Al cruzar lo que anteriormente se llamaba San Juan de Letrán, podías ver el magnífico Palacio. Buscaba la entrada por donde entran los actores, técnicos y manuales. Subía por un vetusto elevador en donde una vez me encontré sólo con un hindú. Lo saludé y pude notar el tono de su piel morena como si se hubiera untado un polvo blanco. Su mirada era profunda y se llama Ravi Sankar.


Con la carga en los brazos y yo echando los bofes, caminaba por los pasillos hasta que llegaba a mi camerino . Dejaba las cajas pesadas, y procedía a repartir la chatarra en unas cajas de cartón. Luego con una hambre desalmada, salía a la calle para llegar a una fonda de comida rápida en donde me servían una sopa y un guiso por doce pesos.


Luego, regresaba al teatro y recuerdo que fumaba de a madres. 60 cigarros. Me chutaba de todos los que pudiera; Raleihg, Del Prado, Malboro y hasta Delicados sin filtro.

En una de esas me encontraba cuando se me ocurrió entrar a la sala de espectáculos. Ahí un grupo de muchachos de esos años ensayaban el repertorio de lo que iban a presentar esa noche.


Como si fuera ayer, Joan Manuel Serrat vestido de pantalón de mezclilla y botas cafés, tomaba el micrófono y le daba indicaciones al iluminador que era un señor mayor que se llamaba Cueto. Luego los demás músicos, junto al director musical que era nada más que Francesc Burrull. Ahí, precisamente escuché Para la Libertad y la belleza de la Elegía a Ramón Sijé.


No pasaron ni dos días en que quedé prendado de este trabajo, tan limpio y magistral, creo que nada ni nadie lo ha podido superar.


La dupla del poeta, interpretado por otro poeta, vino a mostrarnos a los que hablamos español que la palabra y la música son dos herramientas poderosas que nos pueden mover hasta convertirnos en humanos sensibles y hasta creativos.
Después al pasar los años, siempre se que quedaron en mí esas canciones, los arreglos orquestales, la voz de Joan Manuel, el rostro de Hernández, sus palabras, el piano de Burrull.


Ahora a casi cuarenta años de ese Lp, Joan Manuel nos sale con una continuación , que no segunda parte de la obra de este prodigioso pastor de ovejas. Aún no lo he escuchado, solamente el tema en donde habla de la esposa y esto gracias a que Antoni Badia de allá de Barcelona hizo el favor de enviármela. Esperaré con mucha impaciencia para escuchar, digerir poco a poco este nuevo manojo de canciones que seguramente llevarán el sello de nuestro apreciado compositor y de nuestro querido poeta .


Original de Alfredo Arrieta
Para elpueblodetierra.
Nec spe, nec metu
Estados UnIdos Mexicanos.
30 de enero de 2010.

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