A ANTONIO AGUILAR.



A ANTONIO AGUILAR.


Hace más de cinco años que Antonio estaba en enfermedad crónica, su cuerpo mostraba los estragos de la lucha de la vida. Antonio estaba cansado , sus manos temblaban cuando las levantaba y su mirada ya no era certera como cuando podía divisar enseguida la trampa que le hacían con las cartas en las películas de charros.

Cuando el hombre se cansa, y se siente diezmado ya nada es importante ya nada tiene sentido .
Se termina el ciclo y ya nada ni nadie podrá hacer volver las cosas hacia atrás.

El ya no podrá oler las sandías que su mamá le preparaba, ni escuchará el aullido de un coyote, ni podrá mirar las estrellas de Zacatecas, ni usará su guitarra para cantar corridos de caballos. Antonio no podrá sujetar las riendas a sus potros ni guiñar un ojo cómplice al emitir una broma, ni hablará de su infancia , del amor a sus abuelos , no podrá ver las flores ni la cantera rosa , ni las calles de su pueblo , ni abrazar a sus amigos , ni tomar de vez en cuando un tequila , ni cantar a dúo con la prieta linda, ni tocar la mejilla de flor silvestre. Ya no podrá regocijarse con los primeros chillidos de sus hijos, ni tampoco logrará que se enchinen los pelos cuando los gringos le aplaudían y él montado en caballos blancos o grises tal vez árabes o de raza fina. No sentirá el calor de los sarapes de Saltillo y ni podrá recorrer la geografía de su país, ni escuchar el sonido de los ríos, ni comerse una tortilla o un mole de olla ni mear , ni mirar un programa de televisión, . No usará sus sogas para enlazar a los cuacos, no se cagará de miedo si se le acerca un toro bravo, ni tampoco podrá ver al vuelo a un gavilán ni el ondear de la bandera de México. Tampoco tendrá sed , ni pisará los charcos con sus botas de piel ni abrazara a un hermano. Ni mirará a ese gato que husmea en la cocina, ni tocara las texturas de las telas de sus trajes de charro, ni podrá limpiar los botones de su saco, ni tampoco verá jamás los amaneceres del rancho ni las trenzas olorosas de las muchachas, ni el jabón que usaron cuando se fueron a bañar al río . Ni tampoco podrá disparar su arma a aquellas botellas que ponía en la pared de piedra ni mirará cuando certero las hacía estallar. Antonio no podrá llevar serenata a nadie, ni colocará las cuerdas a su guitarra, ni escuchará la música de banda , ni tampoco , ni por asomo se sumergirá en la personalidad de Emiliano Zapata . Ni podrá ponerse esos bigotes negros, largos ni los sombreros con plata en los bordes, ni te mirará cinematográficamente para decirte que la revolución es la única salida para el escape del paisano. Ni escuchará las explosiones de las bombas ni las ametralladoras ni se enfrentará a esbirro de Victoriano, mientras Felipe Casals les dice ¡ acción ¡ .

Antonio no comerá nunca más una tortilla con sal, ni se enojará con la injusticia ni mucho menos podrá andar los caminos de su infancia y juventud .

No cantará boleros , ni tampoco inducirá a sus hijos a que también canten música popular, quizá no lo hagan bien, pero les inculcará el amor a la canción y a la tierra. Antonio ya no está , ayer fue enterrado a la manera de sus películas, en lo alto de un cerro, con música de banda la que le estaban tocando.

Y vuelan las flores , en México llueve por causas del verano próximo y Antonio va a su destino , al paraje de los muertos , al más allá . Y quedará en los pensamientos de las gentes , cuando muestren un periódico del día , cuando se escuche en la memoria popular una canción de caballos , de amores por conseguir , de luchas justas. Mientras en la memoria de las personas quede esa imagen de hombre bueno, que vivió para la canción, esa canción del campo que hoy por hoy se encuentra olvidada, hasta que lleguen otros Antonios que logren reivindicar el verdadero valor de estos temas que solo escuchan las gentes mayores. Hasta pronto señor Aguilar.

Original de Alfredo Arrieta Ortega.

Foto : Portada revista Somos.

México.

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