EL VELL



El vell Serrat.


Cuántos años han pasado desde que salí de mi casa , huyéndo en la desesperacíon que da el miedo.
Esa mañana de 1969, mi mamá entró a mi habitación que no era otra cosa que una barraca de láminas de cartón por techo, atravesada por unos palos que hacían las veces de hamacas de las arañas.
Mi mamá entró a mi habitación para despertarme, me movió con fuerza para decirme que era hora de levantarme, y salir a trabajar. Recuerdo casi como si fuera hoy mismo que acababa de terminar la escuela elemental, el sexto grado y aún tengo un amarillento diploma en donde me lamo los pelos por la abundante gomina y mi carita de anglosajón que no encajaba con los demás por ser ellos prietos de piel y ojos cafés. Los míos son verdes.

Ella, mi madre ni siquiera estaba entusiasmada de que yo haya terminado la escuela con estupendas calificaciones; en todos los renglones se observan altivos, espectaculares seis, seis por todos lados.
Después de quitarme las cobijas, escuchó mis quejidos, parecía un gatito desamparado, miau-miau, me duele la espalda, le decía , ay¡ mi espalda y mi lamento se escuchaba en verdad lastimero. Ella con un poco de piedad para el que sufre le decía a su desalmado marido que yo no podía acompañarlo al trabajo.
Apenas descubría el sol, y el hombre se largaba refunfuñando. Me levantaba disimuladamente, y al poco rato ya me encontraba jugando al fut-bol, dando patadas por aquí y por allá.

Pero como todo pasa y todo queda, se llegó el día que la esclavitud me atrapó. Volví a la necesidad de comer tres veces para estar nutrido. A las cinco de la mañana, escuchaba a lo lejos los llamados del triste ferrocarril que indicaba que había que trabajar.
Mis doce años los utilicé en subirme a un camión de pasajeros de segunda, que en su anuncio decía “ Ajusco”, que no es otra cosa que una montaña situada al sur de la ciudad de México.. Este recorría la calzada de Tlalpan, y en su cansado trayecto permitía escudriñar los letreros de todos los negocios, así aprendí a leer.

Este trabajo que te explico, era monótono, no era precisamente un albañil, pero daba trazas de que asi era . Llegaba a las construcciones, esas en las que después se llamó Villa Coapa. Cruzaba una zona de plantaciones de maíz, y aún recuerdo que un señor vendía relojes de Corea que los podías usar hasta que se les acababa su pila de cinco voltios.

Me introducía a las construción y comenzaba a quitarme la ropa limpia, o en su defecto encima de los pantalones pulcros me ponía los usados para la faena. Sin decir nada más, buscaba los botes para llevar agua, colocaba un madero sobre mis espaldas y a la manera de los nazarenos de San Luis acudía a la toma y procedía a llenarlos a medias. Yo pesaba menos de treinta kilos, por eso meditaba sobre lo que podía cargar. Esa tarea era de todo el día, sube y baja, del aguaje al tinaco, del tinaco al aguaje. Una vez me tocó calentar la comida en un fogón, pero al llegar a él, descubrí que otros de igual forma calentaban su comida. En eso estaba cuando una piedra de yeso pegó en mi espalda, me hizo llorar y el coraje se apoderó de mí cuando descubrí que mi verdugo , el esposo de mi madre me insultaba expeliendo ajos y cebollas.

Me salí a la calle apresuradamente, con pasos de potro bravo y comencé a deambular por las calles de México. Anduve por la zona de las putas, que me veían con ojos de lástima y ni siquiera se atrevían a proponer nada más.
Caminé y caminé. Después en las vías del ferrocarril, que nunca se me olvida, daba un paso y daba el otro, un dos tres, un dos tres y todo daba igual.

Los durmientes viejos pués fueron colocados durante la época del dictador Porfirio caminaban al mismo tiempo que yo mientras cantaba: Pajarillo pardo en la carrera de San Bernardo quedó tu nido seco y vació quizá algún niño ya lo robó....

Esa debió ser una de las primeras veces que deambuló por mi cabeza las primeras líneas del pensamiento de Joan Manuel Serrat. Como un gorrión , después le escuché al mismo Serrat platicar cual fue la motivación que le hizo componer tan bella canción.

Más adelante, llegué a la casa de mi abuela quién me reconfortó dándome un café con leche, y proponiédose escuchar lo que yo tenía que decirle. Le hablé de mis penurias, de mi falta de alimento, nunca estrené un zapato, menos una camisa. Ella comprendió mis pesares y me acomodó en un catre de lona, aún recuerdo el color naranja. Dormía a placer, para después levantarme y acompañar a Camerina al mercado del abasto.

A mí me atraía la canción de Europa y especialmente de España, así que le pedía a mi santa abuela su viejo radio de onda corta y escuchaba esas voces que decían mil cosas, pero no era lo mismo escuchar a la faraona que al muy joven Joan Manuel. Debe haber sido por octubre especialmente que supe descubrir que nadie en la canción había impactado mi mente infantil, creo que estaba hasta los huevos de escuchar las mismas estupideces: “ Una noche de luna debajo de la cama salía un diablito loco tocando la guitarra que gritaba y decía dónde diablos la guitarra se quedó”.
Serrat . me ha acompañado, desde aquellos años de chamaco, hasta casi mis cincuenta años, y lo sigo escuchando con la misma emoción, de cuando me paraba en los espejos y me sentía catalán. Lo sigo escuchando y hoy por hoy vengo a descubrir incluso nuevos sonidos en los discos de siempre. No se si será necedad pero cuando escucho Helena siempre encuentro algo nuevo, a pesar de que la he escuchado cientos de veces.
Ahora al paso de los lustros, Serrat me recuerda a su propia canción del vell, ese que tomaba hierbas medicinales de recetas de herbolari, lo veo cansado, igual que estoy yo. Lo veo hasta sabio recitando viejas coplas, como un trovador exprimentado que nos sigue acompañando hasta que duremos vivos, hasta que el pellejo resista.

Original de Alfredo Arrieta Ortega.
5 de enero de 2005
Material de archivo de Alfredo Arrieta Ortega.
México.
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