OSIRIS RODRIGUEZ




Osiris Rodríguez CastillosOriental, criollo entero, poeta, guitarrista y trenzador




Osiris es nombre oriental… Oriental es también (pero de aquí nomás, de la Banda -Santiago del Estero- que es otro oriente…) Osiris Rodríguez Castillos, poeta, cantor, compositor de éxitos tan notables como “Cielito de los Tupamaros” y “Tata Juancho”, hombre de a caballo, tan vivido como leído, y, sobre todo, criollo entero, sentidor fervoroso de las cosas de la tierra. Está ahora con nosotros. Lo sorprendemos en la sobremesa de una churrasqueada ciudadana. En un amable rincón de la Editorial Lagos, la charla continúa. La figura ya anuncia al hombre: Osiris es un bizarro criollo, alto, de pecho abierto, mirada franca y frontal, ojos pardos, bigotes de anchas guías, cabellos castaños, que se le encrespan, medio acorderados, en la nuca, como sugiriendo la melena paisana. La voz, grave, tranquila, densa de pausados decires, expresa cosas con autoridad de quien habla de lo visto y lo vivido, y no se pierde en inútiles futilezas. Clara, concisa, segura, netamente, Osiris Rodríguez Castillos –sin egolatría alguna, con toda sencillez, pero también con la riqueza conceptual de quien ha madrugado hacia adentro y sabe dónde pisa- nos habla de su posición ante la vida, de sus sentires criollos, de sus poemas, su vida de muchacho libre en busca de un destino, sus canciones, sus amigos, sus proyectos…

ALLA EN SARANDI DEL YI…


-Usted es oriental, por supuesto… -Así es. Nací en Montevideo, como para darle la razón a Concolorcorvo, que describiendo los gauderios (gauchos de entonces), decía ya en 1773. “Estos son unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos. Mala camisa y peor vestido, procuran encubrir con uno o dos ponchos de que hacen cama con los sudaderos del caballo, sirviéndoles de almohada la silla. Se hacen de una guitarrita, que aprenden a tocar muy mal, y a cantar desentonadamente varias coplas, que estropean, y muchas que sacan de su cabeza, que regularmente ruedan sobre amores. Se pasean a su albedrío por toda la campaña, y con notable complacencia de aquellos semibárbaros colonos, comen a su costa y pasan las semanas enteras tendidos sobre un cuero, cantando y tocando”… -Nací en Montevideo –como lo adelanté- sigue diciéndonos nuestro entrevistado, el 21 de julio de 1925, en una noche de tormenta, a eso de las tres y pico de la madrugada, según mi madre me contó. Pero me crié en Sarandí del Yí, departamento de Durazno, justo en el centro de la Banda Oriental, un poco al sur del Río Negro, río que divide en dos, por la mitad, la República. El pueblo terminaba en el campo a las dos cuadras, y si uno caminaba dos y media, se caía al agua… Vivimos en una casa antigua, que había sido comisaría. No había luz eléctrica ni nada por el estilo. Sólo montes: monte criollo, monte bajo. Chalchal, talas, pitanga, guayabo, molle… Me llevaron allí cuando había cumplido dos o tres años. No sé ni cómo mis padres pudieron llegar al pueblito. Quizás en algún carro… -Sabemos que usted viene de gente criolla muy antigua. -Si. Mi apellido materno, Castillos, es portugués, y primitivamente se escribía con hache y ele: Castilhos. Lo castellanizó mi abuelo Loreto Castillos, que se casó con una hija de un Muñoz, Dámasa Muñoz, prima hermana de Basilio Muñoz, muy gaucho, riograndense, jefe revolucionario en el 97 y 1904, hombre de Aparicio Saravia. El nombre de mi padre es genuino Rodríguez Castro (Genuino; puro, único y exclusivo, como él dice…) Mi padre es oriental, hombre muy campero, muy criollo. Estudió, se cultivó, estuvo en Buenos Aires, se recibió de bachiller, cursó Medicina hasta cuarto o quinto año, fue practicante interno del Hospital Fiorito. Mi madre, María Belén Castillos, es también de la Banda Oriental. -¿Desde cuándo empezó a aficionarse a la guitarra? -Desde siempre. A los cinco años ya tocaba, aunque de oído. Mi madre, de niña, había estudiado el violín. Mi padre era también guitarrista. Pero mis estudios musicales serios empezaron con el piano…

MISTERIO DE UN PIANO.


-Nunca me pude explicar –sigue diciéndonos Osiris Rodríguez Castillos- cómo pudo llegar el piano aquél a la casa de mis padres, en ese humilde pueblito de Sarandí del Yí. A los tumbos, seguramente, lo habrían traído entre las huellas… Porque el ferrocarril aún era un mito en esos lugares. El caso es que estaba el piano que le cuento. Yo tenía seis años de edad. Iba a la escuela de las chacras, algo lejos del pueblo, acompañado en un Ford a bigotes –el único del lugar- por mi tía maestra en aquella escuelita que llevaba el nombre del Dr. Elías Regules. Quien sabe con qué sacrificios, una vez por semana llegaba desde Florida un profesor, a darme clases de piano. Estudié duro como hasta los catorce años de edad, hasta diez horas por día. Clásicos, por supuesto. Hice casi nueve años completos de estudios, alcanzando el profesorado superior. Me preparé para conciertos. Después dejé. La vida me llevó por otros rumbos. Cuando me casé, heredé el piano. Y una vez, lamentablemente, me vi obligado a venderlo para pagar el alquiler…


AVENTURA


-Sabemos que usted ha sido hombre de correr mundo, solo como los pájaros. -Sí. He sido aventurero, como hombre joven y libre. En mi casa no podían darme más de lo que me dieron. Me querían retener, es lógico, pero yo no veía horizonte al lado de mis padres. Seguí estudios secundarios. En cuarto año dejé y me largué a conocer mundo por mi mismo. Me fui al norte de mi país. Viví dos años casi enteramente a caballo, sin dormir nunca en una cama. Fui, realmente, un aventurero. Anduve peonando en Río Grande del Sur. Desde gurí me había hecho jinete, agarrando caballos sueltos por ahí, jineteando terneros al principio. Caballo sin dueño conocido, le ponía medio freno y era mío. Hice vida de gaucho. Sólo a los dieciocho años de edad tuve caballo realmente mío, un tostado muy bueno que llamé “Tupamaro”. Desde Rivera hasta el Chuy, conocí pago por pago, arroyo por arroyo. Quedaban lejos aquellos años de pupilo en Montevideo, en el Liceo Francés, donde me asomé a Mallarmé y a Valéry. De los bienes de mis antepasados quedaban sólo las mentas. De mi abuelo don Juan Rodríguez Castro, que tuvo estancia en el Batoví, apenas alcancé a ver la marca, una argolla con una especie de flecha arriba, como símbolo de años de opulencia. Todo eso quedaba lejos. Yo debía enfrentar la vida. Me largué, sin freno alguno. Tenía dieciocho años y todo el mundo por delante. Fui –como he contado alguna vez- aguatero en los quebrachales del Chaco. Trabajé en la cosecha de la uva, en el sur argentino. En cualquier parte me hallaba la noche. En cualquier lugar dormía…

EL POETA


Por encima de todo, Osiris Rodríguez Castillos es un poeta. Un poeta de la vida, intensa, rica y vitalmente vivida, que vuelca luego su experiencia entrañable en páginas que tienen por ello, la calidez de lo aprendido en vivo, de lo sedimentado en el corazón. Al rincón de sosiego que ahora quiere para madurar de tanta cosa sentida en lo profundo, llegan gentes amigas para indagar por la obra, para llevarla al canto, o simplemente para conocerla. “Yo –nos dice- sólo trasciendo cosas que vivo, y después el viento las lleva. Para ello, ni siquiera es necesario que me mueva de donde estoy. De vez en cuando vienen amigos como Eduardo Falú, a preguntarme qué he escrito de nuevo. Para que lo mío trascienda al pueblo no es preciso que sea yo mismo quien lo lleve. En realidad, mi ideal no es justamente caminar diciendo versos, como hago aún ahora, en recitales a los que unos amigos me llevan y me traen luego, para ponerme en el tren y despacharme a mi patria. Ellos organizan todo, con verdadero afecto. Quizá mi más auténtico destino no esté en cantar y tocar la guitarra por ahí, sino en quedarme en algún rincón del mundo, haciendo “mi obra”. Cuatro libros lleva ya publicados Osiros Rodríguez castillos: “Grillo nochero” (1955, que va en la cuarta edición); “1904” (que subtitula “Luna Roja”, aparecido en 1957), poema dramático en tres actos y un cuadro, premiado por el Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay, y “Cantos del norte y del sur”. -¿Cuál es el sentido que da usted a la poesía? Le preguntamos. -Al artesano, yo le pido cosas que funcionen para mí, que estén bien hechas, que me sirvan. Como poeta, yo me siento obligado a crear cosas que funcionen para los demás. Creo que la poesía es una actividad esencialmente social. Me siento la parte sensible de la sociedad, me debo a los otros. Ellos, de algún modo, los que nacieron poetas, me nombran personero, para que diga lo que ellos no pueden decir. Siento entonces que estoy cumpliendo mi labor. No me parece que la elaboración fría sistemática de la poesía sea una meta. Yo soy poeta en el momento en que escribo. Después que deje de escribir, en el momento en que tomo mate, soy un paisano más, con la bombilla entre los labios… Toda mi escuela es asombrarme, ver las cosas como por primera vez. Yo podría verlas cien veces y cada vez podría escribir sobre ellas algo distinto. Creo que he encontrado la manera de hacerlo, defendiendo el gurí que llevo adentro, un gurí que quedó siempre a las orillas del Yí, donde me crié…



ÉXITOS.


-¿Cuáles son sus más importantes éxitos, como compositor popular? -“Tata Juancho”, composición que ha grabado Falú, y “Gurí pescador”. Esta última ha tenido un record de venta en discos en el Uruguay, con el sello “Antar- Telefunken”. También “Cielito de los Tupamaros”. Ahora preparamos, con Falú –letra mía y música de él- una zamba: “Tiempo del jacarandá”. EL CANTO DE LA TIERRA. La más admirable dimensión de Osiris Rodríguez Castillos está en la intensidad del canto de la tierra con que ha sabido expresarse. Su poema “1904”, que expresa la soberbia lucha de la gente de la campaña contra la argucia ciudadana, el desesperado alzarse del gauchaje creador, criador de vacas –peonada y patrones gauchos- contra los ociosos de la ciudad, alcanza intensidad conmovedora y soberbio acento épico. Ese “abuelo gaucho” queda ya, indeleble, en la memoria, barrido sólo por el plomo homicida de la diabólica novedad de entonces: la ametralladora, la irónicamente denominada “tartamuda”. El poeta lo dice: “Abuelo gaucho. Estás muerto. / Tu yunque, muerto. Tu fragua. / Tu pecho de bronce vivo, / muerto en un bronce de estatua. / Muerto, el alto cristianismo / que descarnaste en “gauchada” / y hasta tu muerte, está muerta / de olvido sobre estas pampas. / Abuelo… Ya somos pocos / en la tierra profanada / los que aún vemos tu silueta / perfilarse en las distancias / -monumental- sobre un siglo / tubiano de noche y alba. / Pero esos pocos, vivimos / recordando en las guitarras / que –cuando vino a llamarte- / la Muerte tartamudeaba!” Ningún fragmento puede dar el sentido total de este ambicioso e intenso poema. Verdaderamente, el gauchaje respira en él… Es un estilo de vida, una cultura la que canta. Una sabiduría de la tierra, una posición de frente a la vida…

TRENZADOR.


Osiris Rodríguez castillos –criollo hasta los huesos- no resuelve su criollismo en una mera actitud de fervor admirativo. Vive, hace y siente como criollo. De ahí una actividad artesana que sabe a la perfección, criollísima, por supuesto, y que se va perdiendo: el trenzado. Porque Osiris Rodríguez Castillos –poeta, cantor, guitarrista- es también trenzador eximio, que ha recogido verdaderos secretos del oficio de labios de viejos paisanos y ha recuperado prendas muy antiguas con su gaucha artesanía. -Sé trenzar, por ejemplo, un botón cuadrado, el surero, el llamado “pastelito”, el roseta. Realizo toda la tarea: desde cuerear una yegua para sacar tientos de costura hasta sacar tientos finos de una anguila. Porque sabrá que de la anguila se sacan tientos muy parejos y que con su cuero se retoba un cabo de cuchillo, hasta parecer como de charol. Sabrá que el seso de avestruz se usa para dar suavidad a los ramales o a un torzal, y que no conviene lonjear con cuchillo, por buen pulso que se tenga. También, al uso indio, sé lonjear tratando el cuero con orín viejo, que le dan un dorado hermoso y facilita el perfecto lonjeado, con un palito… Así es Osiris Rodríguez Castillos, un oriental, un rioplatense, un poeta, un hombre de la tierra. Da al pueblo lo mejor de su alma, porque él mismo es pueblo. Y sus canciones van de labio en labio. Alguna vez alguien las dirá sin saber quién es su autor. Y entonces, él habrá alcanzado el renombre perfecto: el perderse entre los más, para ser parte de ellos, para servir al canto grande y anónimo por cuya boca el pueblo habla… “SOY POETA EN EL MOMENTO EN QUE ESCRIBO. DESPUÉS QUE DEJÉ DE ESCRIBIR, EN EL MOMENTO QUE TOMO MATE, SOY UN PAISANO MÁS, CON LA BOMBILLA ENTRE LOS LABIOS”

Un reportaje de León Benarós (Revista Folklore Nº 33, Buenos Aires, martes 11 de diciembre de 1962)

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