JOVEN CON RONCHAS, ESTABLO Y MERCADO CON TECHOS DE CARTON
JOVEN CON RONCHAS, ESTABLO Y MERCADO CON TECHOS DE CARTON
Me entregaron una caja de latón que es en realidad una alcancía. Avanzo entre los fieles. Estoy en el pasillo de una iglesia. Nunca he sido santurrón pero ahora estoy recolectado las limosnas. No sé quién me dio esa tarea pero ya ve usted, uno nunca sabe lo que va a pasar en los sueños y menos en los míos.
Un joven se inclina para recoger unas monedas de plata que alguien tiro accidentalmente. También yo lo hago y levanto una a una como cinco monedas de baja denominación. Un joven de pelo chino y de no más de 17 años me mira. Me dice mientras mete las monedas a mi alcancía que él compuso una canción. Me dice que la metió a concurso pero que no está seguro de que le den buenos resultados.
El joven es un inseguro de aquellos. De sus ojos brotan lágrimas de un ser frustrado. Me dice que si puedo escucharla y darle mi opinión. Asiento con la cabeza y me entrega un cuaderno rayoneado. En un triangulito prendido en verde me dice que le oprima . Comienzo a escuchar la voz de muchacho. Es una voz común. Emplea palabras que a todos nos son conocidas, y que por lo demás no tienen ni un dejo de poesía por ningún lado. El muchacho me mira para que le critique. Se apaga la reproducción y le digo intentando que no se duela. Le digo que su canción es una simpleza, que no tiene forma ni ritmo. Vamos ni una sola palabra que me pueda emocionar.
Sin embargo le comento como le dije una tarde al músico de la Lupita que deberían leer más, prepararse más, educarse musicalmente, vivir lo real, buscar elementos que les hagan destacar y que no se conviertan los bodrios que lanzan en productos que se usen y se tiren sino que muestren un trabajo serio y que pueda interesar a los demás.
El joven se echa a llorar, su cuerpo se llena de ronchas y me dice que es un fracaso. Es de comentar que ha caído en una depresión absoluta. Para que reaccione le digo que si se mete de lleno a la lectura logrará algo mejor. Además le recuerdo las palabras de Alma fuerte esa que dice que todos los incurables tiene cura cinco segundos antes de la muerte. El joven duerme. Nuevamente escucho su canción. Es un intento pero es mediocre.
Intento entrar a mi casa. Hay un techo de un camión que me lo impide. Un mecánico acostado y enfundado en su traje rojo me dice que entre por la otra puerta. Le hago caso y el patio de esa entrada me conduce a un establo de los años cuarenta.
Hay un camino con lodo fango, y limo en las piedras. Está lloviendo. Hay vacas y chivos y asnos y perros. Todos ellos están sucios manchados de caca de res. Pasan algunos hombres con botas, hunden sus pies en los lodazales y arrean a sus animales.
Le pregunto a uno de ellos si esa puerta me conduce a la entrada de mi casa. Me mira y no me responde, deduzco que sí lo es. Llego y logro abrir, la puerta tiene un conflicto. Una de las cerraduras está trabada, lucho con ella y por fin puedo ver mi patio.
No bien me repongo cuando mi prescencia se hace sentir en un mercado en donde además de las verduras priva la miseria. Lo puedo ver por la ropas que usan los locatarios, por la pobreza de sus lenguajes, por los jiotes de sus caras, por sus zapatos agujerados.
Es un mercado viejo, muy viejo de esos que todavía se contruyeron con palos y clavos y techos de cartón, que para que no se volaran le metían sendos clavos cruzados con corcholatas.
Me esta dando hambre. Es una hambre que nunca se me quita, la traigo desde niño, desde que me hacían promesas de que yo era el futuro de la patria y la chingada y de que que todo ese cuento me lo creía. Ahora ya no creo ni en Dios Padre ni en ningún poeta.
Me está dando hambre y miró que un señor que destaza un cerdo. Me acerco para preguntarle si tiene chistorra. Mé mira y haciéndose el gracioso me dice que solo tiene chorizo. Luego se ríe y se ríe.
Le digo que me venda un kilogramo. El hombre le deja enterrado el cuchillo al cerdo justamente en la tetilla.Toma otra más punzo cortante y le corta en lo que él calcula un kilo, le pesa en la báscula y se complace de su tino.
Intento pagarle con las monedas de la iglesia, las mira y me dice que él no recibe dinero del diablo. Y me regala el chorizo además de un pedazo generoso de carne porcina.
Original de Alfredo Arrieta Ortega
Para elpueblodetierra.
Nec spe, nec metu.
09 de mayo de 2011.
Estados Unidos Mexicanos.
Me entregaron una caja de latón que es en realidad una alcancía. Avanzo entre los fieles. Estoy en el pasillo de una iglesia. Nunca he sido santurrón pero ahora estoy recolectado las limosnas. No sé quién me dio esa tarea pero ya ve usted, uno nunca sabe lo que va a pasar en los sueños y menos en los míos.
Un joven se inclina para recoger unas monedas de plata que alguien tiro accidentalmente. También yo lo hago y levanto una a una como cinco monedas de baja denominación. Un joven de pelo chino y de no más de 17 años me mira. Me dice mientras mete las monedas a mi alcancía que él compuso una canción. Me dice que la metió a concurso pero que no está seguro de que le den buenos resultados.
El joven es un inseguro de aquellos. De sus ojos brotan lágrimas de un ser frustrado. Me dice que si puedo escucharla y darle mi opinión. Asiento con la cabeza y me entrega un cuaderno rayoneado. En un triangulito prendido en verde me dice que le oprima . Comienzo a escuchar la voz de muchacho. Es una voz común. Emplea palabras que a todos nos son conocidas, y que por lo demás no tienen ni un dejo de poesía por ningún lado. El muchacho me mira para que le critique. Se apaga la reproducción y le digo intentando que no se duela. Le digo que su canción es una simpleza, que no tiene forma ni ritmo. Vamos ni una sola palabra que me pueda emocionar.
Sin embargo le comento como le dije una tarde al músico de la Lupita que deberían leer más, prepararse más, educarse musicalmente, vivir lo real, buscar elementos que les hagan destacar y que no se conviertan los bodrios que lanzan en productos que se usen y se tiren sino que muestren un trabajo serio y que pueda interesar a los demás.
El joven se echa a llorar, su cuerpo se llena de ronchas y me dice que es un fracaso. Es de comentar que ha caído en una depresión absoluta. Para que reaccione le digo que si se mete de lleno a la lectura logrará algo mejor. Además le recuerdo las palabras de Alma fuerte esa que dice que todos los incurables tiene cura cinco segundos antes de la muerte. El joven duerme. Nuevamente escucho su canción. Es un intento pero es mediocre.
Intento entrar a mi casa. Hay un techo de un camión que me lo impide. Un mecánico acostado y enfundado en su traje rojo me dice que entre por la otra puerta. Le hago caso y el patio de esa entrada me conduce a un establo de los años cuarenta.
Hay un camino con lodo fango, y limo en las piedras. Está lloviendo. Hay vacas y chivos y asnos y perros. Todos ellos están sucios manchados de caca de res. Pasan algunos hombres con botas, hunden sus pies en los lodazales y arrean a sus animales.
Le pregunto a uno de ellos si esa puerta me conduce a la entrada de mi casa. Me mira y no me responde, deduzco que sí lo es. Llego y logro abrir, la puerta tiene un conflicto. Una de las cerraduras está trabada, lucho con ella y por fin puedo ver mi patio.
No bien me repongo cuando mi prescencia se hace sentir en un mercado en donde además de las verduras priva la miseria. Lo puedo ver por la ropas que usan los locatarios, por la pobreza de sus lenguajes, por los jiotes de sus caras, por sus zapatos agujerados.
Es un mercado viejo, muy viejo de esos que todavía se contruyeron con palos y clavos y techos de cartón, que para que no se volaran le metían sendos clavos cruzados con corcholatas.
Me esta dando hambre. Es una hambre que nunca se me quita, la traigo desde niño, desde que me hacían promesas de que yo era el futuro de la patria y la chingada y de que que todo ese cuento me lo creía. Ahora ya no creo ni en Dios Padre ni en ningún poeta.
Me está dando hambre y miró que un señor que destaza un cerdo. Me acerco para preguntarle si tiene chistorra. Mé mira y haciéndose el gracioso me dice que solo tiene chorizo. Luego se ríe y se ríe.
Le digo que me venda un kilogramo. El hombre le deja enterrado el cuchillo al cerdo justamente en la tetilla.Toma otra más punzo cortante y le corta en lo que él calcula un kilo, le pesa en la báscula y se complace de su tino.
Intento pagarle con las monedas de la iglesia, las mira y me dice que él no recibe dinero del diablo. Y me regala el chorizo además de un pedazo generoso de carne porcina.
Original de Alfredo Arrieta Ortega
Para elpueblodetierra.
Nec spe, nec metu.
09 de mayo de 2011.
Estados Unidos Mexicanos.
Comentarios