DANIEL, AMARANTA

DANIEL, AMARANTA






Daniel me encuentra para darme indicaciones que hasta ese momento desconozco. Me dice que si quiero acceder a una casa de luz debo de pasar un exámen. Voy a confesar que esto de examinar a las gentes siempre me ha cagado. No sé porque ese empeño en saber que el otro sabe o nó. Pero como tengo curiosidad por la casa de luz le digo al Dani que estoy dispuesto.




Así que se para enfrente de mi persona. A mis lados también hay un grupo numeroso. Daniel me mira y me dice que si sé cantar. Utá cómo nó . Desde que yo era un chiquillo lo he hecho. Cuando mi abuela Camerina me mandaba a un encargo de aquí pá allá, me iba cantando, primero pá no aburrirme. Me acordaba de la canción que me gustara en ese momento. Las gentes que me alcanzaban a escuchar debían pensar que estaba loco. Pero eso no es cierto. Cuando ellos pasaban yo me quedaba callado.



Por los 70 me acuerdo que cantaba mucho aquella de pajarillo pardo en la carrera de San Bernardo. Los tiempos los acortaba. Si me ha gustado cantar, dicen que las personas que cantan oran dos veces.


Le eché dos o tres gorgoritos. Daniel se me quedó viendo y anotó algo en un cuaderno. Luego hizo una seña con su mano y accedí a la casa de luz.


Una vez en el lugar me encontré que en realidad no era una casa, sino un pueblo parecido a Cuetzalán . En la entrada principal existe una iglesia del siglo de la colonia . Está pintada a cal y todavía se ven las señas. Subí por una escalera para encontrarme con una puerta de madera añeja. En un mueble una mujer misteriosa cubierta con un rebozo arropaba a un niño que acababa de nacer. El infante medía cinco centímetros y lo cubría con un trapo para bolear zapatos.



Adentro había también otra escalera. Subí. Está me condujo a la azotea. Ahí tenía colocados unos adornos de ramas con una lumbre. Amaranta se encontraba ahí. Le pregunté por su papá. Me dijo que hace unos días o tardes, no recuerdo , tuvo chorrillo intermitente. Ella sabía del peligro de adornar con fuegos. Me dijo que me quitara del lugar. Le hice caso porque soy obediente. Luego ví como comenzaba a arder. Eran como brazas de carbón incandecente. Bajé lo más rápido que pude. Afuera todos corrían y nadie me esperó. Se subieron a unos camiónes foráneos y se escaparon todos. Yo por mi parte comprendí que todos abandonas a todos. Después nos dedicamos a vagar por la vida como perros populares…

Original de Alfredo Arrieta
Para elpueblodetierra.
Nec spe nec metu.
19 de abril de 2011
Estados Unidos Mexicanos.

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