ALBERTO Y OSCAR
ALBERTO Y OSCAR.
Alberto me dijo que era la primera vez que venía a mi sueño. Y esto a pesar de que a mi país lo visita regularmente desde hace muchos años. Recuerdo que llegaba a un lugar en Atenas que se llamaba El Patio. Ahí solían presentarse lo mismo Sammy Davis que él mismo. Una mujer que conocí me dijo que Alberto era su sueño. Una ocasión se dirigio al centro de espectáculo y pidió hablar con él. Se le concedió y poco después de hizo o realizó un programa en donde se hace alusión a ella . Solo que era Alma Delfina quién protagonizaba a la chica que buscó a Alberto y que le agradecía los temas de sus canciones.
Alberto tocó discreto la puerta naranja de mi casa en Mixcoac. Mi abuela tenia unos meses de haber fallecido. Llevaba una caja de cartón en donde guardaba las prendas personales, que iban desde un cepillo de dientes, otro para el pelo y unos más para la ropa. También gustaba de llevar consigo una libreta en donde anotaba lo que se le ocurría.
Yo, me encontraba con mi pantalón azul. Sentado a lo largo. Intentaba aprender una canción de Leonardo Fabio. Para entretenerme gustaba de colocar el cigarro prendido entre las cuerdas de la guitarra. Cada vez que terminaba le daba su pitada.
Al notar los sonidos de toc toc , el alboroto de la cadena y los ladridos del wiski dejé de lado la música. Me incorporé. Afortunadamente en este sueño tengo 22 y no me duelen todavía los pinches huesos y los ligamentos.
Al ver a Alberto no pude más que alegrarme. Venía desde Rancul en la Argentina hasta los lares de esta república. Abrí con el propósito de cederle el paso. Me pidió tratar con cuidado el estuche de su guitarra.
Alberto vestía de negro y apenas andaba con las intenciones de componer Mi árbol y yo. Me preguntó que era lo que estaba haciendo. Le mostré algunos cancioneros de Guitarra Fácil y la guitarra que Don Alfredo tuvo a bien comprarme. Hizo una mueca de gusto y me dijo que después de comer me enseñaría algúna de Atahualpa. Desde ese sueño, me aprendí esa que dice: Todo quisiera cambiarlo, pero es imposible ya. Ni mi madre está en el rancho ni mi padre en el maizal….
Mi abuela dispuso que Alberto se quedara una temporada entre nosotros. Y decía que era un sobrino que llegó de la sierra y que era hijo de Felisnando Arrieta de allá de Canelas en Durango. Ciertamente no era así pero no quise sacarla de su error. Siempre la visitaban racimos de sobrinos que se quedaban huérfanos y que mi abuelo El General le llevaba para que les diera asistencia.
Por su parte en una segunda etapa del sueño Asistí a la casa de Oscar. Era una habitación modesta en donde tenía colocado un librero, algunos libros, y los discos que había grabado a lo largo de sus vida. También tenía una televisión del año de la chingada. Todavía se podían ver los bulbos encendidos.
Un programa que alguien le realizó y cantaba lo mismo El vaquerito, el romance de Román Castillo o aquella que dice que se quisiera comer un panecillo con azúcar y canela muy caliente.
Oscar se sentó en una silla de mimbre al que ya se le notaban los años. Se veía cansado, incluso regordete. Sus manos también demostraban que los años no pasan en vano.
El hablaba y hablaba de como comenzó en esto de la canción, de las personas que le acompañaron en su música y sobre todo en el interés de encontrar aquella canción popular que es siempre un tesoro y que se encuentra por ahí en algún pueblo, o perdida en la memoria de un señor con sombrero.
Oscar me entregó un cuaderno grueso en donde estaban todas las canciones ni una más. Tenía hasta una relación de los compositores y de quién las había interpretado antes que él. Me dijo que no lo fuera a tirar a la basura. Que es un legado que pertenece a la memoria y a las gentes que vengan. Le expliqué que yo también estoy cansado y que no puedo asegurarle el buen reguardo de sus cosas. Le dije que ahora que ahora que murió mi hermano, sus pertenecías del diario fueron echadas a la basura…
Original de Alfredo Arrieta
Para elpueblodetierra.
Nec spe, nec metu.
26 de abril de 2011.
Estados Unidos Mexicanos.
Alberto me dijo que era la primera vez que venía a mi sueño. Y esto a pesar de que a mi país lo visita regularmente desde hace muchos años. Recuerdo que llegaba a un lugar en Atenas que se llamaba El Patio. Ahí solían presentarse lo mismo Sammy Davis que él mismo. Una mujer que conocí me dijo que Alberto era su sueño. Una ocasión se dirigio al centro de espectáculo y pidió hablar con él. Se le concedió y poco después de hizo o realizó un programa en donde se hace alusión a ella . Solo que era Alma Delfina quién protagonizaba a la chica que buscó a Alberto y que le agradecía los temas de sus canciones.
Alberto tocó discreto la puerta naranja de mi casa en Mixcoac. Mi abuela tenia unos meses de haber fallecido. Llevaba una caja de cartón en donde guardaba las prendas personales, que iban desde un cepillo de dientes, otro para el pelo y unos más para la ropa. También gustaba de llevar consigo una libreta en donde anotaba lo que se le ocurría.
Yo, me encontraba con mi pantalón azul. Sentado a lo largo. Intentaba aprender una canción de Leonardo Fabio. Para entretenerme gustaba de colocar el cigarro prendido entre las cuerdas de la guitarra. Cada vez que terminaba le daba su pitada.
Al notar los sonidos de toc toc , el alboroto de la cadena y los ladridos del wiski dejé de lado la música. Me incorporé. Afortunadamente en este sueño tengo 22 y no me duelen todavía los pinches huesos y los ligamentos.
Al ver a Alberto no pude más que alegrarme. Venía desde Rancul en la Argentina hasta los lares de esta república. Abrí con el propósito de cederle el paso. Me pidió tratar con cuidado el estuche de su guitarra.
Alberto vestía de negro y apenas andaba con las intenciones de componer Mi árbol y yo. Me preguntó que era lo que estaba haciendo. Le mostré algunos cancioneros de Guitarra Fácil y la guitarra que Don Alfredo tuvo a bien comprarme. Hizo una mueca de gusto y me dijo que después de comer me enseñaría algúna de Atahualpa. Desde ese sueño, me aprendí esa que dice: Todo quisiera cambiarlo, pero es imposible ya. Ni mi madre está en el rancho ni mi padre en el maizal….
Mi abuela dispuso que Alberto se quedara una temporada entre nosotros. Y decía que era un sobrino que llegó de la sierra y que era hijo de Felisnando Arrieta de allá de Canelas en Durango. Ciertamente no era así pero no quise sacarla de su error. Siempre la visitaban racimos de sobrinos que se quedaban huérfanos y que mi abuelo El General le llevaba para que les diera asistencia.
Por su parte en una segunda etapa del sueño Asistí a la casa de Oscar. Era una habitación modesta en donde tenía colocado un librero, algunos libros, y los discos que había grabado a lo largo de sus vida. También tenía una televisión del año de la chingada. Todavía se podían ver los bulbos encendidos.
Un programa que alguien le realizó y cantaba lo mismo El vaquerito, el romance de Román Castillo o aquella que dice que se quisiera comer un panecillo con azúcar y canela muy caliente.
Oscar se sentó en una silla de mimbre al que ya se le notaban los años. Se veía cansado, incluso regordete. Sus manos también demostraban que los años no pasan en vano.
El hablaba y hablaba de como comenzó en esto de la canción, de las personas que le acompañaron en su música y sobre todo en el interés de encontrar aquella canción popular que es siempre un tesoro y que se encuentra por ahí en algún pueblo, o perdida en la memoria de un señor con sombrero.
Oscar me entregó un cuaderno grueso en donde estaban todas las canciones ni una más. Tenía hasta una relación de los compositores y de quién las había interpretado antes que él. Me dijo que no lo fuera a tirar a la basura. Que es un legado que pertenece a la memoria y a las gentes que vengan. Le expliqué que yo también estoy cansado y que no puedo asegurarle el buen reguardo de sus cosas. Le dije que ahora que ahora que murió mi hermano, sus pertenecías del diario fueron echadas a la basura…
Original de Alfredo Arrieta
Para elpueblodetierra.
Nec spe, nec metu.
26 de abril de 2011.
Estados Unidos Mexicanos.
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