Daniel Viglietti a cuarenta años de su primer disco



EL ARCO DE LA ROSA


Daniel Viglietti a cuarenta años de su primer disco

Un músico para la inmensa minoría

Por Alicia Oschendorf




Hace años Manuel Vázquez Montalbán, derrotado tras varios intentos de entrevistar a Joan Manuel Serrat, terminó incluyendo en su “Antología de la Nova Cançó Catalana” (Barcelona,1968), una célebre “No-entrevista” al cantautor catalán que tituló “Hablar con Serrat” en la que luego de describir su infructuosa peripecia, llegó a la conclusión de que la mejor entrevista a Serrat era no hacérsela. Obviar el interrogatorio al que siempre se acude con las mismas preguntas y que los entrevistados enfrentan con las mismas respuestas es casi una tentación necesaria al abordar a Daniel Viglietti.

La vida de Daniel Viglietti está en su obra, que es musicalmente breve: apenas nueve discos en cuarenta años, por lo que adentrarse en ella con sombrero de explorador, no espanta. Para hacerlo, hay que estar avisado de que el músico es apenas una de las tantas facetas de este siete oficios de la palabra escrita, hablada y cantada. Concertista y profesor de guitarra, fundó y dirigió un instituto que a fines de los años ’60 cambió el concepto tradicional de conservatorio. Locutor, conductor y guionista radiofónico, lleva tal vez más años en la radio que cantando. Hoy mismo puede oírsele en su “Tímpano” por http://www.espectador.com/ Periodista en el mítico semanario “Marcha” de Montevideo, inició desde esa función un amplio archivo sonoro que él llama “Memoria Cultural de América Latina” y que lleva registradas unas 500 horas de grabaciones a lo largo de 35 años. Daniel Viglietti podrá salir de su casa sin guitarra, pero jamás sin su pequeño grabador negro. También compuso música para cine y teatro e incluso llegó a oficiar de traductor y adaptador de canciones como es el caso del disco Chico Buarque en español.

El aviso viene a cuento, porque en sus canciones encontraremos muchas pistas de los otros oficios de este hombre habitualmente asociado a la canción de protesta de los años ‘60. Si se animan a detenerse en el músico, se llevarán muchas sorpresas: la primera es que su calidad musical trasciende el género en el que se lo ha encasillado; la segunda es su voz, que exige un adjetivo menos cursi que “bellísima” desde que se ha ido haciendo más grave con los años a la vez que ha ido adquiriendo algunas inflexiones y profundidades que no tenía sin perder su claridad y textura. Pero hay más.

Su primer fonograma, “Canciones folklóricas y seis impresiones para canto y guitarra”, del que están a punto de cumplirse cuarenta años, reunió en tres cuartos de hora toda la compleja biografía musical del artista que por entonces no llegaba al cuarto de siglo: desde el músico de rigurosa formación clásica que opta por el ecléctico camino de la música popular de inspiración folklórica, hasta la influencia yupanquiana que marca su guitarra y su cantar opinando. Desde ahí nos llega hasta hoy la “Niña Isabel”, la del pelo donde duerme la noche, una ingenua zamba que acusa influencias del folklore argentino y hace suponer que pasó más horas de este lado de la radio que del otro. Canción de amor lisa y llana en los inicios de un artista complejo que no se caracterizará por sus incursiones en el género ni por esas simplezas. En los escenarios ya no se le oye la “Danza americana”, un tema instrumental que iba a ser parte de una suite que recogería temas folklóricos de todo el continente. Y está “Canción para mi América”, donde temática y musicalmente encontramos al Viglietti de siempre. Ya la revolución cubana había marcado a fuego sus veinte años alejándolo del concertista clásico que recorría el interior del país tocando vihuelistas: Mudarra, Narváez, Milán. En Montevideo es imposible encontrar otra cosa que el cassette editado por Ayuí en 1986, pero en Londres, en HMV, o en cualquier Fnac uno se puede llevar la sorpresa de encontrar el compacto que en Europa suma “Canción para mi América” a las del “Hombre Nuevo”. Seguramente fue el rápido y contundente éxito de esa canción, el que postergó (¿para siempre?) la ardua empresa de aquella Suite que nunca llegamos a conocer.

Entre esas seis impresiones que eran la cara “b” del disco, la más vieja es “El viento”, probablemente de 1959. Pero también encontramos “La Fuente” que es la del Cerro Blanco de la serranía minuana1, pero podría ser la de Garzón y Camino Ariel2 que hoy apenas se intuye entre los cajones de un puesto de frutas y verduras que no perdonó la infancia del guitarrista, ni la de la poetisa Delmira Agustini3, que habitaron la misma casa quinta en Sayago. Y hay ríos que son como venas de un cuerpo entero extendido, el Olimar, el Santa Lucía. Raro Viglietti contemplativo, introspectivo y paisajista, más seguro de su guitarra que de su canto.

Que un guitarrista uruguayo sea muy bueno, no es raro, y menos aún que lo sea Viglietti. Podría alcanzarle haber nacido en esta tierra marcada por Segovia. Su destino de gran guitarrista parece inevitable considerando que tuvo un padre que si dejaba de arrullarlo con la guitarra era para introducirlo en los misterios de la historia del instrumento, de los ritmos que podía sacarle a las seis cuerdas, o de los payadores y matreros que fueron sus cultores.

Su segundo disco, compartido con Juan Capagorry4, “Hombres de Nuestra Tierra”, reunió textos del escritor musicalizados por él. Es un disco cuidado en todos sus detalles, querible, que nos muestra un Viglietti todavía muy de conservatorio en ese silencio entrañable que marca en la polca del Acordeonista el fin del tema anónimo, auténticamente folklórico, sugerido por uno de sus maestros (¿Rapat o Carlevaro?), y el comienzo de su creación. Con los años le agregó matices interpretativos que no tenía por entonces, aprendió a decir a su manera la introducción que antes hacía Capagorry, y sería bueno que nos dejara una nueva versión, como tenemos del “Monteador” en “A dos voces”. Es el disco que marca el inicio en un estilo de trabajo compartido con escritores en el que con diferencias siguió incursionando hasta hoy. No necesitamos que nos cuente las trasnochadas y charlas de café que reunieron a esos dos hombres en la pasión común por la vida y el alma de los personajes de la campaña que cantaron. Viglietti desgranó esas huellas, gatos, milongas, polcas, medias cañas y cielitos que Don Cédar Viglietti, su padre, le puso en los huesos. Faltó tal vez un Triste o balada nacional para que el catálogo fuera completo. El “Garcero”, que parece haber surgido desligado de todo regionalismo y ser una excepción dentro del ciclo, es una obra que -dejando ver el plumero clásico de Lyda Indart, su madre pianista-, transpira Debussy... ¿o Fabini?5. ¿Alguien necesita preguntarle?


El hombre que musicalizó los poemas de Capagorry se sintió cómodo en el asunto y vinieron otros poetas: Líber Falco, César Vallejo, los españoles Rafael Alberti y Federico García Lorca, el cubano Nicolás Guillén. Después vendrían Idea Vilariño, Juan Cunha, Washington Benavides, Circe Maia, Mario Benedetti. Las “Canciones para el Hombre Nuevo” recogen la dualidad en la que convive un hombre que quemó las naves entregado a las ideas, con el que canta la “Ronda” de Guillén. La sensibilidad de quienes entramos a la adolescencia oyendo este disco, le debe mucho a esa capacidad de hacer convivir “A desalambrar” con “Las adelfas” de Lorca; o ”... su grito será de guerra y victoria /como un tableteo que anuncia la gloria” con “... el remanso de tu boca / bajo espesura de besos” también de Lorca. Y no es poco.

Repasar “Canto libre” de 1969, es sorprenderse al ver que las canciones decididamente “combativas” eran menos que las que creemos recordar y que han resistido y se han adaptado a los tiempos. La letra de “Lucero del alba” no dice lo que creíamos que decía entonces; la calidad musical de “La canción de Pablo” es capaz de dejar la “combatividad” en un segundo plano y “La nostalgia de mi tierra”, del poeta Juan Cunha, no ha hecho más que cargarse de contenido.

El fenómeno es aún más notorio e intenso en “Canciones Chuecas”, un disco que a más de treinta años de su primera edición sigue siendo musicalmente innovador. Es tan claro como para que hoy canten “El Chueco Maciel”6 jóvenes que nunca supieron ni sabrán quién fue, y entiendan qué es un “Cantegril”7 en Oslo o en Dublín. Musicalmente, “Canciones Chuecas” es un disco tan recónditamente sutil que logra amalgamar los arreglos de Leonel Häinintz en “Solo digo compañeros”, donde las reminiscencias renacentistas son tan fuertes que inevitablemente nos remiten a las villotas de Josquin des Prez, con la batería y el bajo eléctrico de “El Chueco Maciel”.

“Trópicos”, único de sus discos que no contiene canciones propias, fue grabado en Cuba en 1972. Las circunstancias que rodearon su salida en aquel Uruguay de 1973 contribuyeron a transformarlo en la cenicienta de la discografía de Viglietti. En este caso al músico lo acompañó el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (Instituto cubano del Arte e Industria Cinematográfico), dirigido por Leo Brower y los arreglos musicales nunca se adaptaron a sus hábitos de solista que apenas suele recurrir a la flauta de Pablo Somma o a la percusión de Jorge Trasante. Son dos mitades, dos trópicos, donde comete el pecado innecesario de traducir a Chico Buarque. Lo traduce bien, lo canta bien, pero no deja de parecerse a un tango en idisch cuando se compara con el original. Es que el brasileño es puro ritmo y Viglietti canta sentado. En 1982 el propio Buarque grabó su disco “en español” donde las adaptaciones al castellano son de Viglietti e incluyen Acalanto y Construcción, tal cual figuran en Trópicos.

Ahora se produce un corte: Los niños de aquel Montevideo sin cable ni televisión color contaban “Volkswagen”. Los que ya habíamos dejado de hacerlo, jugábamos a si por 18 y Andes8 pasaba antes el 187 o Daniel Viglietti. Casi siempre ganaba Daniel Viglietti, y algunos festejábamos sin que él supiera por qué. A fines del verano de aquel 1973, dejó de pasar. Y por once años el juego se terminó. Entonces Viglietti empezó a llegar en cassettes que circulaban en forma clandestina, en los que se adivinaba “Anaclara”.

De ese período, luego del mítico “Viglietti en vivo” editado en Francia, tenemos un solo disco: Viglietti / Benedetti: “A dos voces”. Este “matrimonio” que ya está por cumplir sus bodas de plata, acusa algunas diferencias artísticas difíciles de remontar. Porque en este disco hay algunas de las mejores canciones que Viglietti compuso en su vida como “Por ellos canto” o “Anaclara”, pero no hay lo mejor de Benedetti. Algunos de los textos del escritor tenían un objetivo muy coyuntural y el tiempo no los perdonó. Otros, resisten mejor en las páginas de un libro leído en la intimidad. Es un disco testimonial que recoge razonablemente la dura experiencia de los tiempos en que nació. El producto de esta relación tan duradera entre Benedetti y Viglietti está en los antípodas del que surgió del trabajo de Viglietti con “Capita”: así como en “Hombres de nuestra tierra” la armonía de los artistas es tan perfecta que la estética de ninguno violenta a la del otro, acá las cosas son muy distintas. Resulta difícil comprender el valor de la música creada por Viglietti mientras Benedetti la interrumpe. Es que la vida de un disco tiene tiempos diferentes a los de un concierto solidario en medio de la lucha antidictatorial. La sensación no sería la misma si además del disco compartido, tuviéramos uno con esas canciones sin interrupciones.

El Viglietti de los noventa llega con “Esdrújulo”, un disco lúdico e introspectivo en que pasadas algunas urgencias, se da el lujo de jugar con las palabras y ensayar murga. La dimensión musical de “Nocturna” es tan grande que el género “canción” le queda chico desde el principio hasta el final: es una obra musical superior en la que el mundo no está tan mal hecho y el autor consigue poner la palabra “combatiente” mientras mira las estrellas. También mira a las estrellas en “Cuantos quienes”, donde aunque “... ya no hay tiempo, ya no hay tiempo...”, él lo encuentra para hacerse algunas preguntas y deslizar humanas incertidumbres. “Delinco”, con arreglos de Mariana Ingold, es una obra que sucede en un ámbito estético muy complejo, que incluye elementos tomados del rock. Vuelve a rondar temas amorosos como no lo hacía desde Niña Isabel: Las agujas de un reloj, Delinco, la propia Nocturna, Vaivienes. “Canción para armar” viene de otro tiempo, marzo del 73. Es de cuando la consigna era buscar algún sueño volando, el tiempo de la vida en medio del terror. Sin embargo encaja perfecto en un disco introspectivo y demuestra que no hay horror que no se pueda contar con poesía. “Los que iban cantando” es una digna versión de un tema que no se puede escuchar sin evocar la voz de Jorge Lazaroff9, albañil imposible de olvidar.

Revisada su discografía oficial, su vida sigue estando en su obra, y nunca podrá decir en una entrevista algo mejor que lo que dice en sus canciones. Seguramente tendrá respuestas interesantes porque sus canciones lo son, y dan pistas de una gran sensibilidad e inteligencia. Un buen profesional habría hecho la entrevista y estaría en condiciones de asegurar si habrá o no un nuevo disco y cuándo. Debería haberlo, porque el artista pasa por una etapa de madurez que merece quedar registrada. Pero no es mala opción seguir dudando, y poner en el tocadiscos su “Milonga de andar lejos” para confirmar que allí están todas las respuestas.



1.- Minas pintoresca zona serrana del este del país en la que Viglietti pasó parte de su adolescencia.
2.- Esquina del barrio de Sayago , suburbana en los años 40 , donde trascurrió su infancia.
3.- Poetisa uruguaya ( 1886—1914 ) representante femenina del modernismo , , trágicamente fallecida.
4.- Periodisca y escritor nacido y fallecido en Montevideo ( 1934- 1997 ) “ cápita “” para los amigos que vivió infancia y juventud en Solís y Mataojo . profundo conocedor del campo uruguayo y sus personajes.
5.- Eduardo Fabrini ( 1882- 1950 ) compositor uruguayo emblema del nacionalismo en materia musical. Autor del poema sinfónico Campo y de la isla de los ceibos , Melga sinfónica , Mañana de reyes.
6.- Nelson Maciel ( 1951- 1971 ) Delincuente al que se le atribuía por su accionar alguna característica de Robin Hood . Viglietti y otros cinéfilos creyéron ver en él un simil uruguayo del protagonista de la película De la batalla de Argelia, en la que Alí Laponte , un ladronzuelo de poca monta , termina siendo el líder guerrillero que conduce a la liberación en la lucha contra los franceses.
7.- barrios marginales , villas miserias , los techos de cartón de la canción de Alí Primera.
8.- Esquina del centro de montevideo.
9.- Músico uriguayo ( 1950- 1989 ) integró un grupo de artistas que a mitad fde los 70 renovó la música popular en una línea emparentada con el estilo que iniciara Viglietti . Divulgó el tema de Higinio Mena Albañil , con el que se identifica.


Material de archivo de Alfredo Arrieta Ortega.
México.

gatodelperro2000@yahoo.com.mx

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