De Serrat a Sabina.
Rafael Pérez Gay
31 de octubre de 2007
La moda es el sueño de que nada dura; la tradición, la idea de que perduramos en las costumbres. Dos pájaros de un tiro, el concierto al alimón de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina ha confirmado que ambos pasaron por encima de la moda inventando una tradición. Una rara neurosis, como un miedo al fracaso, me había persuadido de no asistir al concierto en el Auditorio Nacional. Al final me vencí y ocupé mi butaca en un teatro abarrotado, devoto, sin voluntad ante la historia de dos figuras populares que han atravesado al menos tres generaciones con sus canciones de amor.
La moda es el sueño de que nada dura; la tradición, la idea de que perduramos en las costumbres. Dos pájaros de un tiro, el concierto al alimón de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina ha confirmado que ambos pasaron por encima de la moda inventando una tradición. Una rara neurosis, como un miedo al fracaso, me había persuadido de no asistir al concierto en el Auditorio Nacional. Al final me vencí y ocupé mi butaca en un teatro abarrotado, devoto, sin voluntad ante la historia de dos figuras populares que han atravesado al menos tres generaciones con sus canciones de amor.
No sé quién ha escrito que la música es la primera condición para que la memoria sea memoria. Como era obvio, en mi asiento del auditorio recordé que Dedicado a Antonio Machado, poeta, apareció en 1969 y llegó a mi casa en el año de 1970 en una de las maletas que mi padre trajo de España. Serrat se había conseguido un socio inmejorable y compuesto con él una letra, “Cantares”. A ese texto que hablaba de la despedida de un poeta lo acompañó una música que no dejó de sonar durante casi 40 años, incluso por encima de Serrat y de Machado. Como millones de admiradores, fatigué (gran verbo) ese disco sin pausa y sin vergüenza hasta rayarlo. Como los grandes momentos de iniciación, Dedicado a Machado fue una puerta abierta hacia otro mundo, en este caso la poesía de Machado y la prosa de Juan de Mairena. Me aprendí de memoria el resto del disco (“A un olmo seco”, “Las moscas”, “Del pasado efímero”, “Llanto y coplas”, “La saeta”, “He andado muchos caminos”), con los arreglos y la dirección musical de Ricard Mirailles.
Como en una canción de Serrat, aquel año se deslizaba suave entre el Mundial de Futbol, el ascenso al poder de Luis Echeverría, el triunfo de Salvador Allende y el establecimiento de un régimen socialista en Chile, el noticiario de la mañana con Zabludovsky, la Secundaria Pública Número 32 donde tendría que pasar tres años de mi vida. No creo serle infiel a la memoria si digo que lo mejor de ese tiempo fue mi disco de Serrat cantando a Machado y la décima edición en Sudamericana de Final del juego, el indestructible libro de cuentos de Julio Cortázar. Desde entonces, no pude despegar de mis gustos a ninguna de esas dos sombras.
De camino al auditorio, yo tenía miedo de los chistes, de que al guión de Dos pájaros de un tiro se le pasara la mano con cierto humor pesado y algo zonzo. Si empiezan a actuar bufonadas televisivas, yo me salgo y los espero afuera tomando un whisky, amenacé a la familia. Nada, Serrat y Sabina escogieron buenos momentos de burla irreverente contra sí mismos. Dice Sabina en algún lugar de la noche: los catalanes tuvieron que inventar el amor para no tener que pagar por coger. Como es obvio, sentado en mi butaca me acordé cuando en el año de 1986 descubrimos un disco; o mejor, un disco nos descubrió a nosotros, se llamaba En directo. Joaquín Sabina y Viceversa. Un disco en vivo en el que las letras y la música fueron un hechizo instantáneo desprendido del rock y del talento de un letrista de knockout. Esa era la fuerza centrífuga de canciones como “Princesa”, “Hay mujeres”, “Calle melancolía”, “Pongamos que hablo de Madrid”.
A la mitad de los 80, los políticos priístas habían hundido a México en una de las mayores crisis financieras de su historia, mientras sonaban En directo tramas pesimistas, íntimas, melancólicas. El centro de la ciudad de México aún permanecía en escombros, después del sismo de 85, y Sabina fabricaba en sus textos un mapa urbano derruido. Seguí a Joaquín Sabina con la fidelidad de un admirador serio hasta Esta boca es mía y hasta que ondeó la bandera más bien dudosa de una rara identidad nacionalista en su trabajo creativo (tal vez quería enseñarnos a ser mexicanos). Resucitar a la infumable Chavela Vargas, hablar del tequila como de un elíxir, del sombrero de charro y del corrido; en fin, le quitó lo que me entusiasmaba: su impulso urbano inconforme con el destino. Tiempo después le compuso no sé qué cosa al subcomandante Marcos y el fanfarrón encapuchado le contestó y tuvieron su romance y yo me jubilé de Sabina.
Desde hace muchas historias de amor, Serrat y Sabina se han incrustado en el imaginario popular; si meten la mano a su repertorio, lo que sale es una gran canción. Ambos pertenecen a la letra impresa, han derrotado a la moda y seguido el camino de una tradición culta y a la vez popular. No es poca cosa. Como indica el clásico de la unanimidad: me pongo de pie.
Escritor .
Fuente: EL UNIVERSAL.
31 Octubre 2007.
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