EL CHUECO MACIEL
LA REPUBLICA de Uruguay - 26 de Setiembre de 2004
La historia del "Chueco" Maciel,
"el enemigo público número uno"
Un salto a sangre y fuego
desde los prontuarios criminales
a la leyenda
Julio Nelson Maciel Rodríguez, alias el "Chueco", cayó bajo las balas policiales allá por el mes de junio de 1971. Tenía por entonces unos 20 años de edad pero casi un siglo de andanzas en las sombras, los reformatorios, los calabozos y las crónicas rojas de los diarios. "Enemigo público número uno", el "monstruo" de turno siempre accesible, necesario, inevitable fue, sin embargo, en aquellos años en que no faltaban tragedias cotidianas, el protagonista necesario para la sed de sangre de muchos lectores y la truculencia literaria de varios cronistas trasnochados.
JUMA
El titular en un diario de aquellos años anunciaba en primera plana con cuerpo de letra "catástrofe": "Murió en su ley. A los 20 años un balazo en la cabeza terminó con su lamentable vida". Y como para desmentir al poeta en dos por cuatro que dijo en un tango que veinte años no son nada, al "Chueco" le alcanzaron -y sobraron- incluso para morir en ellos y después inaugurar una leyenda.
Seguramente cada persona más o menos informada del tema, tiene su propia historia sobre "El Chueco". Sin términos medios, o asesino irredimible o una especie de Robin Hood moderno. Difícilmente alguien logrará mantenerse equidistante entre ambos extremos.
Nació en el norte del país, en Tacuarembó, en los años en que Gardel seguía siendo francés ante el mundo y apenas unos pocos iniciados buscaban entre los archivos locales las pruebas de su origen. Como tantos uruguayos, el muchacho cayó con su familia en un cantegril montevideano, en un rancho de lata y piso de tierra ubicado en Pasaje "A" 4054 jurisdicción de la Seccional 17ª, exiliados todos ellos por la desesperación del hambre y la miseria en medio de un territorio lleno de vacas gordas entre los alambrados de campos ajenos.
Sus primeras "entradas" registradas en comisarías y albergues del entonces "Consejo del niño", en el infierno del Alvarez Cortés, fueron allá por su adolescencia, pero después sumó tantas como fugas. Seguramente a esa altura ya era una especie de "comodín" y candidato a cargar con propias y ajenas. Sin embargo recién alcanzó el triste privilegio de las primeras planas de los diarios allá por los convulsionados años 1968 y 1969 a raíz de una serie de asaltos cometidos en el exclusivo balneario Punta del Este.
Tantas vidas como historias, tantas historias como vidas
Eran años difíciles aquellos. Costaba discernir realmente quiénes eran los agresores y quiénes los agredidos. Había dedos que señalaban con demasiada facilidad y otros que con la misma sencillez apretaban el gatillo sin preguntar de quién se trataba.
Por los cantegriles del cinturón de miseria montevideano comenzaron a andar "las mentas" del "Chueco" Maciel quien, decían, era generoso, intuitivo y primitivo en su realidad analfabeta. Robaba y luego llevaba el producto de sus robos para disfrutarlo con todos los vecinos de los rancheríos. Y eso no es leyenda. Eso fue real. Más allá de que se le invente o no un razonamiento sociopolítico en sus acciones. Quizás nunca los tuvo. Seguramente que no. El "Chueco" Maciel difícilmente supiera de teorías.
Los investigadores policiales chocaban con verdaderas murallas de silencio cada vez que trataban de penetrar lo impenetrable para averiguar su paradero. La sociedad de la época, ajena por entonces a todo lo que no fuera la fría y terminante terminología de los informativos radiales y los titulares de la prensa escrita, casi no sobrevivía a la angustia del "fantasma " del Chueco rondando en las sombras de todas las esquinas dispuesto a saciar su sed de sangre en quien se le pusiera a su alcance. Todos lo veían y en todo lo que pasaba, al describir los testigos el perfil de sus autores, era el rostro, la fisonomía que todos conocían por "oídas" del tan buscado y peligroso infanto-juvenil, la que se mencionaba y terminaba apareciendo en los "identikits" de los dibujantes de San José y Yi.
"Asalta el banco y comparte con el cantegril,
como antes el hambre, comparte el botín..."
Como tantos otros casos parecidos fue visto en varios lugares el mismo día y a la misma hora y atacó a varias personas en el mismo instante a varios kilómetros de distancia una de otra. Y todo aquello servía solamente para aumentar la confusión de los investigadores y comenzar a echar los cimientos de la futura leyenda.
En un enfrentamiento a tiros con las autoridades a fines de los años sesenta tras haberse fugado del "Alvarez Cortés", hirió gravemente en el rostro al Comisario Antonio Bar Lavieja, herida que tuvo al funcionario mucho tiempo entre la vida y la muerte, salvándose luego milagrosamente. El Chueco mientras tanto, pasó de la minoría de edad inimputable a la mayoría responsable, entre pólvora y sangre, a salto de mata, casi en la clandestinidad.
Mientras tanto el muchacho, que se sabía acorralado continuaba trajinando las calles, mimetizándose entre los ranchos de lata de Aparicio Saravia, en medio de aquel mundo indescriptible en el que todos sabían todo, pero a la vez, nadie sabía nada. "Rey Mago" generoso para muchos, simple ladrón y asesino para otros tantos, había logrado el milagro de sacarle el protagonismo a los "Tupamaros" que por esos años eran el fenómeno sociopolítico más notorio del continente sudamericano. La pólvora, la sangre, las consignas del Mayo francés del 68 aún andaban por las calles y había "mayos franceses" en muchas partes del mundo, en julio, en agosto, en setiembre...
El último tiroteo
El "Chueco" y dos de los suyos habían rapiñado a un guarda de Cutcsa, llevándole la recaudación del día, unos 50.000 pesos de entonces. Quiso el destino que pasara justamente por el lugar una camioneta de patrullaje de las llamadas "Fuerzas Conjuntas", es decir un grupo de efectivos combinados de policías y fuerzas armadas militares que actuaban bajo el régimen de "Medidas Prontas de Seguridad" impuesto por el gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco tras decretar el "Estado de guerra interno".
El uniformado a cargo del móvil de patrulla al escuchar los gritos del guarda del ómnibus emprendió la persecución de los rapiñeros. El "Chueco" al darse cuenta que los iban a alcanzar, se parapetó detrás de un árbol ordenando a sus compañeros que fugaran, indicándoles que él se encargaría de cubrirles la huida. Y así lo hizo. Abrió fuego y los efectivos de la patrulla le respondieron con fuego graneado, no tardando en caer abatido por varios tiros que le afectaron la zona precordial. Poco después dejó de existir en el Hospital Militar adonde lo condujeron en la misma patrulla. Al otro día un titular del diario de la noche decía: "Ley de plomo para el Chueco". Y en el copete el cronista expresaba: "Veinte años nomás tenía el Chueco Maciel. Pero había hecho de su vida un infernal derrotero de crimen y depredación. Fruto quizás de un medio ambiente equívoco, sus resentimientos contra la vida y la sociedad maduraron en la promiscuidad indigna de los llamados 'Albergues de menores' que son simples depósitos de almas extraviadas por el camino del mal".
Y agregaba el cronista: "Ha caído en su ley como suelen decir los del ambiente. Nefasta ley esa que lleva a un joven que recién empieza a asomarse a la existencia, a hacer del delito su modus vivendi..." En los cantegriles de Aparicio Saravia esa noche lloraron hasta los más duros. Allí nació definitivamente la leyenda que después Viglietti hizo canción. Dicen, solo dicen (nadie puede afirmar que sea cierto), que desde hace treinta y tres años difícilmente pase mucho tiempo sin que aparezcan flores frescas en su memoria en el lugar donde descansa para siempre, y que ya los odios que lo condenaban no son tantos. Dicen, sólo dicen, porque al fin y al cabo el "Chueco" quizás sin proponérselo (porque era demasiado simple para ello) saltó a sangre y fuego, desde los prontuarios a la leyenda. Y le hizo bien el cambio, aparentemente.
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