EL CANTOR VIENDOSE A SI MISMO
El cantor viéndose a sí mismo
Dijo, alguna vez, Alfredo Zitarrosa: "Odio el dinero. Me cuesta mucho ganarlo: subir a un escenario y después cobrar por cantar es un oficio amargo. Por eso lo agarro y lo reviento. No tiene otra explicación". Y su interlocutor, el escritor Enrique Estrázulas, busca provocarlo: "Sin embargo, sos el cantor más caro de Uruguay y de Argentina". Y Zitarrosa, con un humor casi borgiano, pero irrefutablemente honesto, coloca el balón en un ángulo: "Por eso mismo porque a mi no me gusta cantar".*
Acaso, en este diálogo, se pueda rastrear el volumen intelectual y humano de Alfredo Zitarrosa. En ese a mí no me gusta cantar aflora el pudor del hombre que duda. No precisamente de su quehacer sino de que, como traductor de la realidad y de miserias personales, eso es precisamente el rol del artista, no represente o anuncie a sus otros. Si bien, con el paso de los años y el engrasamiento de su obra se transformó en un creador-espejo-de-sus-semejantes, Zitarrosa sintió desde siempre el desasosiego interno de verse en los otros. La soledad del solo (y espero se entienda esta redundancia) provoca esos laberintos: la necesidad casi gutural de estar en los además de los demás. No alcanza, pues, con trepar a un escenario y poner en marcha el contar-cantar-encantar. La devolución de afecto y de aceptación de un discurso musical, de parte del público, viene empaquetada en aplausos. Y los aplausos, para Zitarrosa, probablemente fuesen el resultado de un efecto inmediato vehiculizado a través de una canción. No deja de ser legítimo (¿a quién no le gusta ser aplaudido?), pero sospecho que a Zitarrosa le seducía más el silencio. El silencio de la gente retirándose a sus casas, a sus comentarios de café y tabaco-rubio, pero con las melodías y los decires del cantor perturbándole los adentros. Era, según creo, una de las grandes dudas del cantor y me temo que nunca llegó a descifrarla del todo. "Procura que tus palabras sean más bellas que el silencio", rezaba el proverbio indio. Allí se alojaba el péndulo oscilante de la duda del cantor. Había otras más dolorosas, es cierto. Y es lo que hizo de Zitarrosa, en definitiva, un creador con un sentido alto de la autocrítica y con un carisma equivalente a la torrencialidad. Dudas que lo llevaron a confesar, en algún momento, que "no hay ningún hombre malo en el fondo" y a preguntarse, casi autodestructivamente, "¿por qué habré nacido yo, y no otro ?
Fuente : Zitarrosa la memoria profunda
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