Con
el Jesús en la boca
Por
Alfredo
Arrieta Ortega
"El irresistible
atractivo del alcohol es que excita las facultades de la naturaleza humana. La
embriaguez supone para nosotros algunas ráfagas de infinito, aunque ello
suponga el inicio de nuestro embrutecimiento definitivo."
James William.
-Siempre he tenido miedo me dijo Jesús.
Cuando tienes miedo sientes como se te frunce el culo. Te dan ganas de
correr, de gritar a los cuatro puntos cardinales, es una sensación de mucho
susto.
Le acerqué el paquete de cigarros. Lo tomó. Acerqué un cerillo encendido y
aspiro.
-Pero lo mío no es único. A todos nos ha pasado.
Lo puedes comprobar al salir a la calle. Miras rostros de gente desesperadas por ganar. Ganar. Sí
ganar. Todos se sienten triunfadores y ninguno asume sus fracasos.
Yo me limité a ir agarrado con la
vida. Una tarde me dije mientras barbechaba la tierra de mi abuelo.
Yo voy a vivir de acuerdo a cómo se me den las cosas. Para mí no habrá
pasado ni futuro. Lo importante será el día que viva. Y así lo he hecho desde
los diez años…
La primera vez que sentí miedo fue aquella vez que mi mamá me mando a
traerle algunas cosas. Tenía que cruzar por un alfalfar. Me acompañaba mi
hermana, íbamos cantando. Eso siempre lo he practicado, de repente entre la alfalfa
salió un perro enorme, para nosotros era una fiera. Yo llevaba los zapatos de
hule que mi mamá me había comprado, eran el tipo de zapatos que siempre
apestaban y te dejaban los pies con olor a queso añejo.
Mi hermana corrió y yo también, el perro nos siguió mostrando sus colmillos
blancos.
No logró alcanzarnos pero yo perdí mis cacles. Recuerdo que cuando iba
corriendo lo único que logré fue gritar ¡mamaaaá!
a todo lo que daban mis pulmones.
Ese es miedo. Aunque hay de muchos tipos. Poco a poco fui agarrando valor,
pero de que me costó trabajo me costó.
Cierta tarde mi hermano tuvo la idea de hacer un carrito con ruedas de
fierro. A todos nos agradó la idea. Así que pusimos manos a la obra. Mi hermano
comenzó a trazar los cortes de las tablas. Debo decir que no eran muchos. Solo
se necesita una tabla larga y dos palos atravesados. Luego los tienes que pulir para que entren las ruedas. Necesitas
clavos, un lazo. Y algo de fierro. Se nos acabaron los clavos. Mi hermano me
pidió que fuera a la tlapalería y que comprara un cucurucho de 100 gramos…
Ande usted, fúmese otro. ¿Quiere cerveza?
-Bueno pues, un vaso para que me siga contando.
-Déjeme ponerle despacio al radio. Me gusta escuchar canciones. Las canciones son para mí como un complemento
alimenticio.
-¿Qué cómo cuantas canciones habré escuchado? Huuuy pus muchas. No sé. Ya
perdí la cuenta.
Te decía, el miedo es una chingadera. Cuando alguien te amenaza, te
intimida. Te asalta.
Debes de ir agarrando valor como le hice yo en su tiempo. Y en todo
momento, aunque después con tales lecciones tú seas el que se convierte en
agente de ese mismo miedo del que antes escapabas.
Hace mucho un bato loco me dijo que me iba a partir mi madre.
Iba yo a la escuela primaria, el patio era de tierra, había muchas piedras
rojas, -creo que se llaman tezontle-. Pues bien, se acercó para golpearme,
entonces corrí y corrí. El bato se resbaló y cayo de bruces sobre las piedras y
se rompió el brazo derecho.
Pasaron los días y ya no lo ví. Hasta que fui por los clavos…
Ahí estaba en la esquina con su brazo vendado. Se me acercó y me dijo que
en cuanto le quitaran el yeso me buscaría y me partiría mi madre. No fue así, nunca
me encontró pero yo corrí y corrí.
Aquí en la ciudad todos tienen miedo pero lo disimulan o se ocultan. ¿Y
claro es natural quién se quiere morir?
-Jesús me dice que va a buscar algo,
un objeto para mostrar. Se levanta y me dice que lo espere.
Le veo que se acerca por debajo de
un puente. Pienso que cruzará pero no es así. Alza sus brazos, empuja. En la
parte alta del mismo puente tiene dos triplays. Los colocó de tal manera que nadie
que pase lo pueda ver. Así es su cuarto, así es su casa.
Veo como desaparece. Al cabo de unos minutos sale con una revista en las manos.
Se vuelve y regresa.
Se sienta de nuevo a mi lado y me pide que lea un párrafo de la revista.
-Jesús Gerónimo, trabajó toda su vida. Luego fue despojado de lo que logró.
Sus nietos lo llevaron al basurero, lo sentaron en una silla y ahí lo dejaron-.
-¿Qué piensas?
-Me encogí de hombros y fruncí el ceño.
¿Qué ojetes no?
-A veces me entra sentimiento. No entiendo como... al fin y al cabo todos
nos vamos a morir.
Recordé a un anciano de aspecto deplorable que siempre iba a la colonia Gabriel Hernández, allá por los
rumbos de la Villa de Guadalupe.
El anciano de uñas negras, zapatos rotos y una sola agujeta me dijo que iba
a ver a su hermana.
-Mi hermana es una cabrona, ahora mismo voy a mendigarle la comida.
-Le voy a decir que ya estoy cansado de la vida. ¿En cuanto hable con ella sabes que cosa voy a hacer?...
Me voy a quitar la vida. Sí eso haré… Ya no tengo padre, ni tengo madre que me
ayuden con mis penas. Soy un huérfano de 75 años.
-¿Y tus hijos señor? ¿En dónde están?
¡Hijos de puta! No sé pá qué los tuve, sí yo pudiera ahora mismo los
ahorcaba, se encargaron de sacarme de mi propia casa… Cuando me vieron inútil
me echaron-.
-Nos bastaría que regresáramos a lo que anteriormente éramos como personas-
me dice Jesús.
-¿Y qué éramos?
-Pues acuérdate señor cuando éramos solidarios. Comíamos
todos. Éramos gentes contentas. Que sí íbamos
a la casa de cualquiera nos daban de comer, teníamos un sitio para
vivir. Éramos otras gentes.
-Quien sabe que se hicieron. Yo les
miro las caras y para mí todos son agiotistas, lobos y verdugos que te venden por cualquier cosa, hay además gente mucha traicionera.
-Sí, claro.
Jesús echa un poco de cerveza en su vaso desechable.
-Aquí en la calle como le digo todos tenemos miedo. Ya no tenemos esperanza
de nada. Solo nos queda esperar el momento de irnos. Eso es todo.
-Como la mujer esa que se duerme parada sobre una caja. A ella la puedes
ver todas las noches y las madrugadas sentada, dormitando en su caja, allá por
el Hospital de la Raza. Se cubre del
frío solo con un rebozo. Es una anciana. ¿Yo por lo menos soy hombre, puedo
resistir más pero ella?
-Muchos llegamos a esta situación.
-No lo sé…Perdí toda alegría.
-Que se puede esperar. Padres sin obligación.
-Yo por ejemplo nunca supe quién me engendró. Mi mamá decía que era del
pulquero. Una vez quise ir a saber la verdad, me lo encontré sentado, jugando baraja con
unas putas.
Después de saludarlos porque yo si algo tengo es que siempre saludo. Le
llamé a solas para preguntarle sí él era mi papá. Se me quedó mirando, con los
ojos perdidos. Me tomó del hombro y me dijo -que él se había metido con muchas mujeres
del pueblo. Tienes algo de parecido conmigo pero no estoy seguro me dijo.
¡Anda! Y vete a la chingada antes que te golpié.
Hasta ahí quedo todo. Salí del cuarto pensando ¿Y este cabrón es mi
padre?, una cosa muy triste le digo.
Ya somos muchos los vagabundos que andamos en las ciudades. Nomás andamos
pidiendo. No sabemos hacer nada…
Los vagabundos como yo esperamos que se abra la puerta. Esperamos a la madre.
La madre nos trae los tazones con fideos. Los cinco comemos con ansiedad, luego la madre cierra la puerta
cierra la puerta y luego la vuelve a abrir. Siempre nos dá…
Me entrega mi sopa recalientita, y me dice que yo debo entender que ella ya
está grande y no puede estar preparando
más sopa, estaba cansada de esta situación.
Aquí nos aguantamos entre todos.
-Sólo el señor que está en los cielos que se llama Jesús todo lo sabe. Nosotros a lo más que llegamos
es a ser Panchos- Todos ríen.
Ese que está por allá también se
llama Jesús. Lleva una chamarra color café, grande aunque roída por el tiempo,
dos o tres suéteres puestos, uno sobre otro, de las rasgaduras de sus jeans se puede observar los trazos del pantalón negro que
traía debajo, un tenis blanco y agujerado y una bota en los pies.
Hace tiempo Jesús era músico de orquesta. Andaba siempre bien alineado, usaba
trajes a la moda, rasurado, bañado, se untaba glostora en el cabello, zapatos
boleados. Se le veía llevando su instrumento. Virtuoso y elegante, caminaba por
la ciudad. Un día sin más dejo de tocar y no era para menos.
El hombre cierra el puño, lo aprieta con fuerza y comienza a golpearse el
rostro. Una y otra vez hasta causarse escoriaciones. Su mirada está perdida.
Antes le llevaban de comer hasta que un día les arrojó la bolsa por la
cara. Les gritó que él no era ningún muerto de hambre.
Eso sí. Bien pinches pobres pero dignos.
-¡Hey! ¡Que pasó ñero!
-¡Quibas! Qué hay….
-¿Qué te pasó en el pie?
-Me dieron un balazo…
-¡Ah Dio!
-Pero no es de ahora ya tiene tiempo.
-Vente vamos a sentarnos…
-El pedo fue que me quedé rengo o cojo que es lo mismo…Esto me pasó hace
como 18 años. Vivía en Cuencamé. Allí se
celebran los fines de semana bailes. Porque a nosotros los norteños nos gusta
bailar. Yo andaba de cabrón. Para eso me pintaba solo. Ahora ya no. Enfermo de
la pierna me cuesta trabajo hasta andar. Pero no me arrepiento. Yo me lo busqué
y yo me lo gané.
Me vinieron a buscar los amigos de
la fundidora.
-¿Y qué fundían?
-Pues fierro. ¿Qué se va a fundir?
-De primeras no quería ir porque al otro día tenía que levantárme temprano.
Yo soy de esos cuates que sí no duermen seguido sus ocho horas pues nomás no
rindo.
Era una baile como le digo, como todos. Lo único Novedoso era que tocaban
Los Alegres de Terán y a esos batos les tengo ley.
-Sí son guenos.
-Échese un pisto.
Después de un trago me dijo
-Llegamos como todos. Y para darnos valor nos tomamos unas cervezas.
Siempre hay que ir preparados.
Para mi mala suerte vi que llegó la Begoña. Ella fue mi novia hace unos
años. Luego la cambié por otra. Acá en Durango eso es a cada rato, cambiamos
mujeres como quién se cambia de calzones. La Begoña me tenía preparado algo. Y
yo ni me las imaginaba.
Daban casi las cuatro de la mañana cuando me dijeron que me hablaba El
Eruviél. El Eruviél era mi amigo,
después también me traicionó. Salí y lo busque
pero nunca lo encontré.
De pronto salió un carro blanco con las luces encendidas. Un hombre se
asomó y me disparó tres veces. Ta, ta
,ta, ta, ta Una bala me pego en los ligamentos y me dejó Cojo o tullido que es
igual.
Lo que más me duele fue el ver a la
Begoña asomarse también por la ventana del carro y gritarme que de ella ningún
pendejo se burlaba. Y claro supuse que
el pendejo era yo.
Acto seguido me aventó todas las cartas que yo le había escrito
anteriormente. Me quedé con la espina. Y algo de enojo. ¿Sí viejas hay muchas
porque seguirle el juego a una?.
Dejé pasar los meses en lo que me
reponía. Una tarde y eso porque ya lo sabía busqué al tipo que me disparó. Lo
seguí cuando salía de su casa. Y en una de las esquinas le metí los mismos tres
plomazos que él me aventó: ¡Vas y chingas a tu madre! Sólo que yo sí lo maté.
Después se hizo un alboroto. Quise irme pa´ la sierra pero no lo logré, me
les escapé momentáneamente porque ya la tira me estaba buscando.
-Huuy... Sí que has vivido..
-Como todos…
-¿Te agarraron?
-¿Y quién chingados se escapa de la policía cuando no son tus amigos?
-Me metieron veinte años como dice la canción.
-Bueno pues estuvo suave la plática. Ya me voy.
-Sale pues galán.
-Voy de regreso. Siento como caen las gotas
en el techo del paraguas. Me pongo atento para cruzar porque los
automóviles vienen bien veloces. Llego al bajo puente. Hay un hombre acostado. También es mi cuate.
Debemos de estar a diez grados.
El hombre se cubre la mitad del cuerpo con una cobija verde que se entre cruza con rayas rojas. La cobija
es tan corta que no le alcanza a tapar los pies. El hombre no lleva calcetines.
Igual que yo.
Lo despierto para decirle que ya llegó el señor que nos regala atole.
-¡Levántate cabrón! si no no vamos a comer hoy.
-Espérame. Déjame ponerme la boina.
El hombre de los atoles ya nos conoce. Nos entrega a cada uno nuestro vaso.
A veces le hacemos mandados a veces no.
-Llevo largo rato en la pepena. Ahora soy afortunado. Me levanto a las
cuatro, le digo a Napoleón que ya es hora, ahora ya no camino tanto para llegar
a la montaña.
Aprovechando que la gente es puerca vienen a la esquina y aquí la tiran. Uso
las manos y este palito para buscar lo que me sirve. Vasos y botellas de plástico, papel sin ensuciar, cuando
hay suerte y me encuentro cobre lo vendo y le compro su latita.
Yo a este perro cabrón lo quiero porque a él no le interesa que yo sea
pobre o rico. El me quiere y ya…A veces tomo sólo. Me sale más barato…
El problema es cuando me pongo burro. Comienzo a insultar a todos en la calle. Ninguno se me
escapa. Me huyen porque son precavidos o
cobardes.Yo no le tengo miedo a nada. Nací
para morirme. Quién dijo miedo muchachos.
Hay un pinche padrecito que la iglesia rechazó dizque porque no estudio. A veces los estudios
no sirven para nada. Cuando me pongo tizo
me acuerdo de este padre y saco la estampa que él mismo me entregó. A veces me
entra una especie de remordimiento porque siempre termino regándola y otras no
tengo más que ir de nuevo con él para que me refrende el juramento de no tomar.Ya
no soporto vivir sin una gota de alcohol. Sentí que necesitaba jurar la última
vez que tomé andaba yo en calidad de costal. Algunos van obligados. Yo no.
Cuando ya me llegó la lumbre a los aparejos voy con el pinche padre y le pido
una prorroga y el padrecito me la da por 35, 40 o 50 pesos. Ahora ya no me
caigo en la calle y eso es porque juré no tomar por tres meses. Me hace firmar
y yo les obedezco pero en cuanto se acaban los tres meses me emborracho hasta
no saber de mí. Es el vicio, la consecuencia del vicio.A veces me entra miedo
porque supe de un caso de un cabrón al que se le botó la canica de tanto
alcohol.
-Ya me vengo a confesar padre.
-¡Hijo de tu pinche madre! ¿Hasta ahora te presentas?
-¿Quién te crees que soy?
¡Anda ponte de rodillas para que comulgues con el señor!
Le obedezco. El padre agita una ramas de pirul y dice: Espíritu del señor
todo poderoso que estás en los cielos y
en todo lugar quitale por favor
todos los pecados de mundo que
este pobre guey haya cometido y pueda cometer, ordenale que se vayan los
diablos y chamucos de este hijo de su
pinche madre y no caiga en las tentaciones
y líbralo del mal terreno amén.
-¡Levántate pendejo! ¡No sirves para nada! Solo te gusta estar borracho.
A ver enséñame la tarjeta que te entregué hace tres meses.
-¿La tarjeta?
-Sí la tarjeta y apúrate cabrón que no tengo tu tiempo.
-Sí padrecito.
-Aquí está.
-Mira nomás hijo de tu pinche madre,
infeliz ya rompiste las promesas que le habías hecho a Dios y a nuestra vírgen
santísima que es la madre del señor.
-Es que padre.
-Es que nada cabrón. No tienes vergüenza.
-Ahora en castigo deberás rezar. Diez padres nuestros y que te sirva como
pentencia.
-Ahora lárgate me enfermas.
-Son cincuenta pesos.
-Sí padre.
-Si padre, sí padre hijo de la chingada por esos son parias por eso ni Dios
los quiere.
-Y así es como sigo en la vida Jesús.
Septiembre 1 de 2013.
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