HOY SE CUMPLEN 20 AÑOS DE LA MUERTE DE ALFREDO ZITARROSA
HOY SE CUMPLEN 20 AÑOS DE LA MUERTE DE ALFREDO ZITARROSA
Un artista a la altura de su mito
El cantautor uruguayo marcó una época con su voz, con sus palabras y con sus
actos. Fue protagonista de los sueños de cambio y sus canciones fueron
reflejo, luego, de sus dolores.
Por Cristian Vitale
Píntalo de negro
Una guitarra negra y cierta tristeza vivencial, económica en silencios y
sonidos. 1977. Alfredo Zitarrosa, 41 años entonces, le doblaba el codo a la
vida y ya azotaban su espalda los latigazos de una vida brava, intensa,
iluminada por certezas, deseos y desconciertos. De una inspiración vital le
sale lo que sería su obra cumbre: un poema por milonga que excedía los 16
minutos, y cerraba el disco. Tenía Guitarra negra, además, cinco de sus
canciones más conmovedoras: "Pa'l que se va", "Doña Soledad", "Stéfanie",
"Ya es bastante" y "Adagio a mi país". No había vuelta atrás: Zitarrosa,
motorizado por la obra, se convertía en un orfebre de la canción popular
latinoamericana, un artista a la altura de Atahualpa Yupanqui. O de Carlos
Gardel, por qué no. Guitarra negra, un yunque de imagen. Quizá como su
coterráneo, el escritor Felisberto Hernández, Zitarrosa le confesaba su amor
a un objeto y, a través de él, elaboraba una síntesis desordenada, pasional
y melancólica de lo que había sido su vida hasta ahí, a través de partes -a
veces inconexas- para las que él había inventado un término: contracanción.
"Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa. Hoy por la
tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida,
cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las
quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos,
cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil,
abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco. Hoy anduvo la muerte
entre mis libros, buscando mi pasado."
¿Por qué reavivar Guitarra negra para evocarlo cuando se cumplen 20 años
exactos de su muerte? Porque en ella condensa y concentra el pasado, sí,
pero además intuye el devenir complejo que subyace tras una apariencia
formal de saco, corbata y gomina. Guitarra negra trasvasa, concatena y
estructura su vida. Era la época del duro exilio y el cantor andaba lejos de
su tierra. La inercia de dos golpes militares, primero el de Uruguay, luego
el de Argentina, lo habían arrojado a lo extraño del mundo. Algo sabía de
eso. Parido en 1936 por el vientre de una madre natural, Jesusa Iribarne, es
dado a criar a un nuevo matrimonio: Carlos Durán y Doraisella Carbajal. Así
es su infancia hasta que la madre de sangre, resuelta su situación marital,
lo recibe nuevamente. Su esposo, el argentino Alfredo Nicolás Zitarrosa, es
el responsable de un nuevo apellido. "Hoy anduvo la muerte entre mis libros
buscando mi pasado, buscando los veranos del '40, los muchachitos bajo la
manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados,
tallados en el alma..."
El liceo, los oficios y cierta bohemia controlada fueron la marca de una
juventud urbana, entre la casa de sus padres adoptivos, pensiones y la casa
de su madre biológica, en el Barrio Sur, frente al cementerio central. Un
devenir que, junto a las tempranas vivencias campesinas, le darían a su obra
posterior las condiciones materiales de su existir: vendió muebles, fue
cadete de oficina, actor, se inició en los quehaceres de una imprenta. Un
universo de saberes adquiridos que le bancó el sustento hasta su debut como
locutor de radio. Tenía 19 años.
Rasgos de un dolor sublimado en arte. Austero. Pródigo en imágenes poéticas.
Los tres padres que tuvo, y principalmente aquel que lo concibió y negó, son
causa de un giro. En "Explicación de mi amor", Zitarrosa no cicatriza la
herida ("Te pido que limpies mi amargo dolor; por favor, que no sigas
muriendo"); pero la sublima en quien sí le dio contención a contramarcha de
la biología: Carlos Durán, el hijo de un coronel, que fue militar en los '40.
La famosa "Chamarrita de los milicos", escrita en 1970, es en su honor.
"Chamarrita cuartelera, no te olvides que hay gente afuera, cuando cantes pa'
los milicos, no te olvides que no son ricos, y el orgullo que no te sobre,
no te olvides que hay otros pobres."
Píntalo de verde
Es cierto. Zitarrosa tenía un aura renacentista porque era increíblemente
voraz en su inquietud. Se repartía. Una niñez ligada a Beethoven y a
desentrañar los misterios del microscopio; una adolescencia intuitiva que
desembocó en sus tempranas tareas como locutor y periodista -semi-
especializado en física nuclear, pediatría o ¡cibernética! Pero un sello, de
esos que suelen imprimirse a fuego en la infancia, determinó buena parte de
su corpus creativo. No sólo las tempranas vivencias camperas en Trinidad, el
centro de Uruguay, mutaron -ya cantor- en un estilo musical único -la
milonga "a la Zitarrosa", madre remota del tango-, sino que dotaron a ésta
de un acabado conocimiento empírico del medio rural: cazó, ordeñó, montó
caballos, evitó ponchos, alternó gatos y zambas, y transformó todo eso en
canciones, coloreando costumbres, animales y hombres bajo esa voz grave,
gangosa, viril, seca. Para cuando, en 1965, editaba su disco-debut a través
del sello Tonal -El canto de Zitarrosa-, esa experiencia estaba presente en
retazos: en "El Cambá", canción de origen boliviano, pero también en "Mire
amigo". Se profundizaría en la desgarradora "Mi tierra en invierno" y, sobre
todo -con lujo de detalles-, en otra de las contracanciones de Guitarra
negra. Zitarrosa había sido testigo de matarife y tenía con qué expresarlo:
"Temblando, con el frontal partido con el marrón, por el marronero, cae
sobre sus costillas, pesada como un mundo, la res... Cae con estrépito, de
bruces sobre el cemento... Balando al descuajarse su osamenta, ya sólo un
pobre costillar enorme, ya sólo un pobre cuero y sangre, media tonelada de
huesos astillados, hincados en toda esa vida temblorosa y atónita".
Píntalo de rojo
Los primeros signos exteriores del Zitarrosa militante hay que ubicarlos no
en su cancionero sino en su tarea como periodista del periódico Marcha -los
diamólogos- y en un concepto crítico que tituló como "el cantor alienante y
el público alienado", un recorte arbitrario de aura marxista, que utilizaba
para instar al público a escuchar con oído crítico al artista. Y la
acción... la unión entre pensamiento y acción. Ya en 1961 distribuye una
carta por los medios a través de la cual denuncia una palabra cara al poder:
censura. De inmediato es "cesado" en Radio El Espectador y sus inquietudes
toman un curso más afín como periodista de Marcha. Quiso conocer Cuba, con
la revolución fresquita, pero el desplante de un amigo antropólogo lo
impidió. Debutó como cantante en Perú y se tragó el tono revolucionario de
América latina y, ya para 1971, era un cuadro fundamental para la izquierda
del continente. "Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono,
distintos bajo los dedos índices, las fotos, el termómetro, los muertos y
los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples,
sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada."
La franca y pública adhesión al Frente Amplio, la apertura de un comité de
base ¡en su casa!, el poner el cuerpo en la gesta de Allende y el comienzo
de un periplo complicado. Muchas de sus canciones son prohibidas en Uruguay
tras las elecciones de 1971, con el Frente derrotado; todas cuando sucede el
golpe (27 de junio de 1973) y tres años en el limbo que determinan una
decisión: el autoexilio. Resiste unos meses en la Argentina -hasta el
golpe-; luego vive en España, donde la angustia se entremezcla con el whisky
y las "sobredosis" de cigarrillos, que determinan el período más oscuro de
su vida. Y a partir de 1979, México. Prados de Coyoacán. Dos hijas. Leve
renacimiento. Escribe en Excelsior; conduce el programa Casi en privado por
Radio Educación y se convierte en fogonero de la libertad mediante su
participación en festivales internacionales. "Trabajo de cantor popular
exiliado", solía decir por esos días. "(La muerte) no pudo hallar a Batlle,
ni a mi padre, ni a mi madre, ni a Marx, ni a Arístides, ni a Lenin, ni al
Príncipe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie... A mí tampoco me encontró...
Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida."
Píntalo de vida
"De tanto vivir frente / del cementerio / no me asusta la muerte / ni su
misterio."
Una rémora del Barrio Sur. Su casa y un paisaje que mezclaba tumbas, flores,
negros pobres y carnaval. Retazos, imágenes que se irán reconstruyendo en la
suma total de una personalidad: no había miedo a la muerte, de tanto
vivirla. Cuando en julio de 1983 la democracia argentina lo recibe en
Obras -tres veces- ocurre uno de los recitales más emotivos del período.
Canta "Adagio a mi país" y sus músicos mojan las guitarras con lágrimas.
Traje, gomina y rictus serio. El público estalla. Al año siguiente -palabra
propia-, la experiencia más importante de su vida: el 31 de marzo, a las dos
de la tarde, baja del avión. Nunca, cuentan testigos, la rambla que une el
Aeropuerto de Carrasco con el centro de Montevideo estuvo tan atiborrada de
gente feliz. El cantor del pueblo volvía al pueblo. Atrás quedaban 8 años de
desarraigo, de ese whisky venenoso que bebía para matar la angustia en la
lejura. (Soledad con el alcohol / suelta un gorrión / que por el aire del
alma se va / con el alcohol la soledad / tibio gorrión / que por el aire del
alma voló.) Es el boom Zitarrosa. La serie de melodías largas llevan su
discografía ...
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