JAIME
JAIME.
Cierto día de los años 80 , me dirigí como todas las veces por la calle de Jalapa. Busqué el diario de las noticias pinches , en mi trabajo mandaba Jorge de la Vega . Tipo meticuloso , pulcro, de los políticos de antaño. Ahora los ves y dan pena. Por ahí deambula un Santa Clos que se presenta a las reuniones con la camisa desabrochada e intenta ser presidente de un partido que se dirige a la izquierda .
Tomé el periódico y lo coloqué bajo el brazo. Llegué al 121 de Alvaro Obregón , en la entrada del elevador miré a Jaime.Lo saludé , subió y se bajo en el piso siguiente.
Entre por la principal , busqué en el saco las llaves de mi dolor , me senté . Después caminé hacia el bigotón para firmar la lista.
Por el pasillo vi la silueta de un hombre que siempre estaba nervioso , se hacia chinos con el pelo y su cara siempre siempre tenía espinillas.
Con prisa entró Molinar , hombre corpulento , pelirojo , de hablar norteño, el era de Chihuahua. Llamó a Paty y le pidió que lo acompañara, Paty tomó sus cosas , y un cierto grupo del que ya no me acuerdo. Molinar se acercó a mi sitio y me dijo vámonos.
Todos llegamos al estacionamiento , subimos a un Ford color guinda de aquellos que llevaban máquina 352, decían que era muy potente y que la chingada.
Enfilamos rumbo a Puebla de los Angeles , el chofer vivía por los rumbos de Pantitlán un barrio al oriente de la ciudad.
Después de una cierta hora casi dos llegamos a un poblado, en la entrada de una casa que más bien no tenía entrada estaba una niña vestida de blanco.
Al fondo cercano a una higuera colocaron unos féretros: Dos eran grises , dos eran blancos. En su interior se encontraba descansando Jaime, en el otro gris su esposa a la que nunca conocí. En los féretros restantes descansaban sus niños.
Las gentes del lugar comenzaron a servir unos sendos platos de guisado de carne, sirvieron café, todos lo tomamos. Algunos hablaban de las cosas buenas que hizo en la vida Jaime o Jaume para los catalanes.
Luego como al filo de las cinco de la tarde, se hizo una fila parsimoniosa, los hombres procedieron a cargar los cuatro ataúdes. Molinar y otros del pueblo cargaron la caja de Jaime, yo los seguía de cerca. Cuando hubimos de caminar varias calles Molinar me hizo una seña para que me acercara mientras seguía el ritmo de los caminantes, se quitó rápidamente y me coloqué en su lugar. Cabe señalar que nunca había cargado a un muerto.
Nos paramos frente del panteón municipal y cruzamos los umbrales del más allá. Ahí esperaban los hoyos en donde esa familia descansaría de las agitaciones constantes.
Cruzaron unas sogas entre las líneas de la madera y bajaron los rectángulos mortuorios. Jaime se quedó rezagado en un montículo. Se acercó su madre y externó un llanto que nunca le había visto a nadie. Se posesionó del ataúd y en un aferramiento casi anormal sacó todas las lágrimas posibles. E esos llantos le siguieron otros y otros.
A Jaime lo encontré en las escaleras del 121 me preguntó que a dónde me dirigía, le expliqué que por los rumbos del Internacional Aeropuerto . Jaime me pregunto nuevamente que si me iría en taxi. Le contesté que el Ing me dio las llaves del coche que tenia asignado por la Secretaría. Jaime me solicitó irse en el auto blanco accedí pues él era amigo del Ing. No lo volví a ver nunca más.
Dicen que esa tarde Jaime se fue a su casa en Pantitlán o por esos rumbos. Llegó , alistó a su esposa y a sus niños con el propósito de irse a Puebla, hasta el poblado en donde estoy parado velando los cuatro atáudes.
Jaime tomó hacia la autopista y en pleno viaje un autobús de pasajeros apareció del otro lado y lo embistió de tal manera que Jaime y familia completa fueron aplastados en autómatico. Los fierros del enorme transporte se incrustaron en el auto compacto y estas almas se fueron al más allá.
México.
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