BERMEJILLO DURANGO . MEXICO
BERMEJILLO DURANGO
MEXICO
Como si fuera un guión cinematográfico de ese cine de costumbres que se hizo en México en 70 y 80, te voy a platicar este sueño marginal , que si bien fue cierto , cabe la suerte de que alguna mentirijilla se haya podido colar en . Ya tu sabes que los latinoamericanos somos unas truchas en contar unas de este tamaño. Si no:
Dicen que unas vez Diego Rivera se encontró en un amplio salón en la República Argentina. Las personas ahí reunidas conversaban sus temas inútiles. El gordo pintor, cara de sapo les dijo que no es por nada, que en México habían unas arañas más grandes que el tamaño de un perro mastín. Son así, les decía mientras con sus manazas hacía una rueda para demostrar las dimensiones del arácnido azteca. Los argentinos que lo escuchaban no cabían en si de su asombro. ¿ Y cómo cuantos kilos pesan dijo un che ?. Diego lo miró como diciendo ; este aparte de ignorante es un pendejo.
Pués mira. Si consideramos que la mamá de estas arañas tiene un tiempo de gestación de más de seis meses y que su alimento básico es la sangre que chupan, pués al nacer pesan como diez kilos. Claro después en su etapa lactante aumentan hasta llegar a los 25 kilos aproximadamente. Fijate que en algunas comunidades los niños las usan , a las arañas como si fueran caballitos.
Las miradas asombradas querían más:
El pintor gozaba de sus mentiras cuando en uno de los extremos del salón una personalidad en el micrófono les dijo que el pueblo de México apreciaba su interés y su amor a la Argentina y que por eso de alguna región típica les hacia llegar estos obsequios. Es una golosina que los mexicanos consumen y se elabora en la ciudad de Celaya en Guanajuato. Entonces a los comensales que se encontraban distribuídos por el salón comenzaron a darles unas cajitas redondas con una palita de madera , cajeta de Celaya, la mejor de la región. Pruebala y verás….
Los argentinos se quedaron nuevamente desconcertados, hasta que uno de ellos dijo que eso si era fantástico, yo creí todos de los mexicanos, lo de las arañas, pero esto si que no lo puedo creer. ¡Mirá que hacer dulce de la cajeta ¡. Solo a ellos e les pudo haber ocurrido . Para los que no lo sepan la cajeta para estas personas del sur de América es nada menos que el coño de las damas.
En estas estoy y en las temporadas otoñales del sueño también por el 83, Ricardo Rocha logró entrevistar a un cineasta de recio carácter al que todos le decían con miedo “ El indio “.
Emilio Fernández se encontraba en su casa de Coyoacán en la ciudad de México, estaba sentado en una silla de esas que se forran con un material de mijo. El audaz Ricardo le pregunto si era verdad que su cuate ( amigo ), Diego Rivera comía ocasionalmente carne humana. Emilio peinado para atrás, sujetando un vaso con tequila , con su guayabera y su paliacate anudado al cuello lo miró con esos ojos intensos, de profundidad para decirle: Mire Ricardo, yo no sé si esto que se cuenta de Dieguito es verdad o es mentira, lo que si le puedo decir es que si Diego comió carne humana, y esta es de nalgas de mujer, pués lo felicito ¡ j aja ja…
En las regiones áridas de la América del Norte Emilio y su equipo se encontraban filmando una de esas películas de paisajes y matones de balazos y aguardiente de machos consumados y lindas chamaquitas labios pintados. Después de la filmación se decidió que acudirían a comer a un restaurante de la ciudad de Torreón en el Estado de Coahuila . Cuando se encontraban en estos menesteres Emilio Pidió uno de esos caldillos que le gustaban mucho. El pozolillo que se servía en un plato de barro hondo, sus menjurges llevaban de todo : Hoja Santa que se molía con tomates verdes de temporada, un poco de cilantro fresco. Se le agregaba un diente de ajo, también le podías agregar para condimentar mejor unos chiles que le daban al caldo un sabor que te podías chupar los dedos y pedir mas.
Cuando de momento un hombre joven se acercó y le dijo a boca jarro : usted es El Indio Fernández. Se hizo un silencio de panteón y el indio le contestó sin más : Si , soy yo. Pués yo sólo quiero saber si es usted el machito que dicen en sus películas porque para mi no es usted más que un pájaro nalgón. Que se las da de muy macho. A ver, muéstrese hombre. Fernández le dijo que se retirará que no se metiera en problemas y que siguiera su camino. El joven impertinente y borracho de mezcal , lo volvió a azuzar tomándolo por el hombro con todas las intenciones de chingar al amigo.
Entonces el cineasta metió mano a su cintura y sacó su pistola que siempre llevaba y le sonó dos disparos que provisionalmente le quitaron la vida al necio hombre de Torreón.
Después se hicieron las averiguaciones Emilio fue nota en los periódicos de esos tiempos y no se comprendía como una persona del arte, podía andar armado y sobre todo matando personas altaneras.
Mis pensamientos son locales y parece que no alcanzan a procesar tanto como yo quisiera, pero uno de ellos siempre se encuentra presente:
Andaba yo de por allá en las tierras tarahumaras en el Estado de Chihuahua, un lugar de máximo esplendor, cañones inmensos, horizontes que nunca puedes alcanzar. Ahí en esos lugares de montañas y desiertos se pueden ver como las víboras cascabel se acuestan en el medio de la carretera para librarse de los agudos calores. Son las seis treinta de la tarde, y trepados en los cerros andan los indios de México, aquellos indios solemnes que bien describía Fernando Benítez.Cubiertos con sus taparrabos , sus sandalias a cuatro nudos y sus patitas flaquitas. Solo comen pinole y una bebida alcohólica que le llaman sotol y me parece que la traen de Norogochi . Te miran con sus ojitos tristes, luego los ves deambular por la ciudad vendiendo su magra mercadería.Y los hombres blancos, pagados de sí lo ignoran, como si fueran lo peor de la mierda.
La luz de farol de mi auto motor apenas alumbra, esta tuerto. Llego a una población que se llama Bermejillo en el Estado de Durango en el norte del país. Me detengo en una plaza y hay unos muchachos jóvenes, vestidos con chamarras usadas, con sombreros opacados por el maltrato del sol. Sus rostros muestran los estragos de su vida intensa. Le pregunto a uno de ellos por la dirección de un hotel. Los jóvenes del campo se rién mostrando la mazorca de sus dientes. Uno de ellos me dice que ahí no hay hoteles. Ellos beben cerveza para pasar la tarde. Mi cara se transforma en necesidad y apremio. No se donde pasaré la noche. Asi, de la nada aparece otro señor de más edad y parecido a ese cantante de música norteña que se llama Lorenzo de Monte claro .Les pregunta a los muchachos que que quiero yo. Uno de ellos le reponde que busco un hotel. El hombre vestido de café y mezclilla de acerca a la ventana y me dice que él me llevará a su casa. No sé que decirle y me pide que avance atrás de el. Pasamos por una calle de tierra seca. Me pidió bajar y entramos en una casa pobre, de pobres muebles de pobres seres. En su interior una persona mayor y femenina, guisaba frijoles , y echaba tortillas nuevas de maíz.
Entramos a un cuarto y nos mostró una cama, le cambió sábanas y nos dio indicaciones de que ahí dormiríamos.
Con el gozo de contento, nos conminó al fogón y pude cenar un guiso de chicharrón con chile pasilla, tortillas con sal y un café de Córdoba que alguien fue capaz de llevar hasta esos sitios del desierto para que yo llegar y tomara un jarro. Gracias a quién lo pudo hacer.
Caí como piedra, en el sueño profundo que te platico. Luego al amanecer me despertaron los pasos de alguno que caminaba entre los maizales, luego un gallo afónico intentaba saludar al día.
Como no tenia faros intenté salir lo más pronto posible y continuar mi viaje y que debería aprovechar la luz del santo día para detenerme cuando se apagara el brillo matinal.
Antes de marchar me acerque nuevamente a la lumbre y la señora mayor de cana completa me hizo el ademán de que me sentara en un extremo, luego me sirvió un café caliente acompañado de un guisado de carne y chile de la sierra. Con la panza contenta me despedí amable, busqué entre las bolsas y extraje un rollito de billetes de cien pesos. Intenté depositárselo en las manos ajadas y en un momento alejó las mías. No quiso nada, nada tomó.
Agradecí su gesto y salí. Al doblar la esquina y recargado sobre una pared que anunciaba a un candidato se encontraba el señor que me cedió su cama. Volví al agradecimiento y nuevamente me acordé del vil dinero. Lo observó en silencio para decirme con su mirada de Rembrandt : Solo le voy a pedir un favor. Cuando vuelva por estos parajes de Durango, aquí tiene un amigo, visite a mi mamá, salúdela. Le dará una alegría. Después me palmeo el hombro y se alejó complacido…
Original de Alfredo Arrieta
Nec spe , nec metu
Sin esperanza y sin gloria
Para elpueblodetierra
República de México.
23 agosto 2009
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