ME PEGO , ME PEGO Y ME PEGO...



ME PEGO , ME PEGO Y ME PEGO.



Durante siglos anduvieron los locos sueltos por la calle, y siguiendo la tendencia de los griegos, eran respetados y cuidados. Eran como algo sagrado que no se debía profanar. Pero en cuanto las religiones se hicieron dogmáticas, los locos perdieron su don divino. Se quedaron en sólo locos, que servían de diversión a los chiquillos y también a los mayores. Se convirtieron en una lacra y en un espectáculo muy poco edificante. Había llegado la hora de encerrarlos. Se fundaron para ellos los manicomios, el primer hospital especializado, que a imagen y semejanza de todos los hospitales era un lugar para hospedar a los que no tenían dónde ir, en el que además de hospedaje se les daba asistencia médica. Precisamente en el caso de los locos, este aspecto tardó muchísimos años en existir. Los manicomios fueron durante siglos (incluido el nuestro) un lugar de encierro de los locos para quitarlos del medio, con características más similares a la cárcel o al hospicio que al hospital. Esa fue la razón decisiva por la que se les cambió el nombre, pasando a llamarse hospitales psiquiátricos

Mariano Arnal.



Me pego , me pego y me pego, duros golpes con el puño cerrado en la frente, no es saña, sino que es una costumbre, me pego de lado y en los cachetes. Intento sacudir toda la mierda que esté dentro de mi cabeza.

Luego me quedó parado, perdido en el horizonte, hay muchas miradas hacia mí , pero yo las evado y me encierro nuevamente en mis golpes, intento sacar como te dije toda la mierda que haya en mi cabeza y me pego me pego me pego.

Nadie se acerca a mí porque consideran que soy un loco. Me quedo perdido esa esquina y tomo a mi gallina, mi fiel compañera . Ella se llama Cristina y es mi gallina . Ella es la única que me estima .

Vivo en un lugar en donde habitan las estrellas, soy moreno trigueño del color de la pantera.

Me pego , me pego y me pego para sacar las palabras que nunca pude decir, cuando quise ser amigo, me dieron puñales y se reían de mí sacando las tijeras para trasquilarme. Yo que siempre les dí bocados de todo lo que comía.

Fui famoso en todas partes, era lindo ese tiempo en donde acudían a mí para que los ayudara de cualquier manera, y ellos unos a uno se fueron alejando como cuando uno está apestado.

Y esos que no sabían que yo estaba pirado de este mundo, nunca se los dije, era diferente , pero muy tradicional. Era mi forma de ser , defensor de la justicia , del amor y la amistad .

Ahora, estoy aquí , aturdido , borracho , con las uñas atestadas de tierra, orinado de los pantalones y sin fortuna , sin querencia de nadie. Los únicos que me siguen son mis pasos, arrastrados por todas partes, hasta mi corazón huyó de mí .

No hay nadie sincero y vivo en el abandono, no hay piedad y todo es ingratitud.

Ahora ya no hay palabras en mi cabeza , sólo sonidos de arpas y maracas colombianas . Me dejo caer en la banqueta y certeramente recuerdo ese poema que hablaba de justicia social, en donde decían que los viejos eran importantes y que bla bla bla .

Mis dolencias son muchas y llegó hasta la enfermedad crónica.

La gente que pasa comenta de todo y yo estoy en la esquina de los parranderos , de la bulla y los perros, es mi día del juicio .

Original de Alfredo Arrieta Ortega.



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México.

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